El 'outsider' de la izquierda ecuatoriana ha sumado críticas por el giro autoritario de los últimos años
QUITO, 24 May. (EUROPA PRESS) -
Rafael Correa se despide este miércoles del Palacio de Carondelet, donde ha pasado los últimos diez años a las riendas de una Revolución Ciudadana con la que ha dado estabilidad política y económica a Ecuador, tras décadas de turbulencias, y que ahora deja en manos del que ha sido su 'número dos' durante gran parte de su mandato (2007-2017), Lenín Moreno, aunque ha prometido velar por ella en la distancia.
El nombre de Correa está ya irremediablemente ligado al de Ecuador, no solo porque ha ejercido el poder de forma personalísima, sino porque ha sido el presidente que más tiempo ha estado en el cargo desde que la nación andina recuperó la democracia en 1979: en apenas tres décadas hasta 13 personas pasaron por la Jefatura del Estado, incluidos tres interinos y tres vicepresidentes.
Si bien ha confesado que ya de joven soñaba con sentarse algún día en el sillón de Carondelet, lo cierto es que llegó a la política casi por casualidad. Esta meta quedaba muy lejos para el hijo pequeño de una familia humilde de Guayaquil cuyo padre llegó a ser encarcelado en Estados Unidos por tráfico de drogas. "Fue un desempleado que desesperadamente buscó alimentos", justificó años después.
Esta "dura niñez" --según sus propias palabras-- le empujó a concentrarse en sus estudios, obteniendo excelentes resultados que le permitieron dar el salto a la Universidad de Guayaquil con una beca como alumno de la Facultad de Economía. Rápidamente destacó y pudo ampliar su currículum académico en Bélgica --donde conoció a su mujer-- y más tarde en Estados Unidos, hasta completar varios másteres y doctorarse.
Correa estuvo estrechamente vinculado al mundo universitario. Empezó como encargado de las finanzas de la Universidad de Guayaquil, fue abriéndose camino hasta que logró ejercer como profesor y finalmente pasó al ámbito empresarial como asesor económico, desde donde en 2005 llamó la atención de Alfredo Palacio, que le incorporó a un Gobierno de tecnócratas como ministro de Economía.
Su fugaz paso por el Gobierno --duró unos cuatro meses-- le sirvió para afianzar una ideología "socialista con fuentes cristianas" de la que había ido dando cuenta en sus incontables trabajos como economista y, sobre todo, para dejar atrás el anonimato académico y darse a conocer en un Ecuador sumido por entonces en una grave crisis económica y social que una vez más amenazaba con explotar.
UN TRIUNFO INESPERADO
Correa utilizó su puesto como ministro de Economía como trampolín para las elecciones presidenciales de 2006. Sus airadas críticas contra la injerencia del Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial (BM) en las finanzas ecuatorianas, así como al Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos y las bases norteamericanas en Manta, le proporcionaron la excusa perfecta para romper con Palacio y comenzar su andadura en solitario.
Lanzó su campaña electoral como "la partida de defunción de la partidocracia tradicional" y, en consecuencia, creó su propio partido político, Alianza PAIS, nacido de un crisol de movimientos sociales como "semillero de la nueva patria". No obstante, se negó a que compitiera en los comicios legislativos de ese mismo año por considerar que el Congreso estaba "moribundo".
En el ámbito regional, Correa se arrimó a la nueva tanda de líderes latinoamericanos de la época, enmarcados en la corriente 'bolivariana' --Hugo Chávez, Evo Morales y Néstor Kirchner--, así como a Fidel Castro --a quien incluso escribió una carta para felicitarle su 80º cumpleaños--, para presentarse como el icono moderno de la izquierda ecuatoriana.
No ganó la primera vuelta pero logró pasar a la segunda, donde dio la campanada al derrotar, con un 56 por ciento de los votos, al magnate de la industria bananera de Guayaquil Álvaro Noboa, un viejo conocido de la política ecuatoriana que había intentado llegar a la Presidencia en otras ocasiones y que estaba seguro de conseguirlo frente a un novato sin maquinaria partidista.
Correa tomó posesión en una ceremonia indígena celebrada en la localidad andina de Zumbahua, donde estuvo un año como voluntario y entró en contacto con las comunidades nativas, que a partir de ese momento serían uno de los ejes de su discurso político. Siguiendo el mismo ritual que Morales en Bolivia, fue investido con el poncho, el sombrero y el bastón de los pueblos originarios y sometido a una limpieza chamánica para poner a los dioses de su parte.
Un día después, ya en el acto oficial, proclamó el inicio de la Revolución Ciudadana, que ha costado una nueva Constitución y una reforma y le ha permitido corregir el rumbo económico, reducir la pobreza e implantar la estructura del Estado más allá de los grandes núcleos urbanos, con fuertes inversiones en infraestructuras, educación y sanidad.
FUERTE CONTESTACIÓN
Sin embargo, la "década ganada" de la que presume el 'correísmo' ha contado también con una fuerte contestación interna por un estilo de gobierno que, según denuncian los críticos, ha adquirido progresivamente los tintes autoritarios de sus vecinos regionales hasta sumir al país en una profunda división entre el oficialismo y todos los que reniegan de él.
El peor episodio se vivió el 30 de septiembre de 2010, cuando miles de policías tomaron las calles de Quito para exigir mejores condiciones laborales. Correa, casi sin protección, se personó en la protesta para encarar a los manifestantes, que le secuestraron durante más de diez horas en un hospital de donde le sacó una intervención militar. "¡Que me maten si quieren!", espetó.
Este intento de golpe de Estado, como lo calificó el Gobierno, sirvió al mandatario para estrechar el cerco sobre los disidentes, especialmente contra la prensa. El caso emblemático fue la demanda que ganó contra el diario opositor 'El Universo' por llamarle "dictador" en un editorial. Correa consiguió una multa de 40 millones de dólares y una pena de tres años de cárcel para tres directivos y el autor del artículo de opinión, pero finalmente les indultó.
Sus macroproyectos en el sector energético han sido otra fuente incesante de conflictos. Los indígenas y ecologistas que, en buena medida, le catapultaron al poder bajo la etiqueta del presidente "verde", se volvieron en su contra por autorizar vastas explotaciones mineras en la Amazonía y la exploración petrolera en el parque nacional de Yasuní, reserva de la biosfera.
Los escándalos de corrupción, que prometió combatir sin descanso, han sido otro talón de Aquiles. La trama de cobro de sobornos a cambio de contratos públicos gestada en Brasil, y que ha adquirido dimensiones continentales, ha salpicado también a Ecuador por las maniobras en la petrolera estatal, Petroecuador, y con la constructora brasileña Odebrecht.
ADIÓS AMARGO
Con un escenario inestable, tanto a nivel interno como regional, Correa afianzó su posición con la reforma constitucional de 2015, que aumentó sus facultades presidenciales, pero al mismo tiempo, en un movimiento sin precedentes --al menos en el entorno latinoamericano--, renunció al que habría sido su cuarto mandato de cara a las elecciones presidenciales de 2017.
El oficialismo ha quedado tan dañado en esta recta final que Moreno tuvo que pelear por la Presidencia en una segunda vuelta frente al candidato conservador Guillermo Lasso, lejos del registro electoral de Correa, que ha conseguido derrotar a todos sus rivales en una sola votación, con la única excepción de sus primeros comicios.
Ahora que abandona el trono de Carondelet, Correa, de 54 años, pretende pasar un tiempo en Bélgica recuperando el tiempo perdido junto a su mujer y sus tres hijos, alejado de la primera línea política, pero no ha descartado volver si la oposición le "obliga".