ERBIL (IRAK), 8 (Reuters/EP)
Tres de los 69 exagentes iraquíes que fueron liberados por tropas estadounidenses y kurdas del secuestro del Estado Islámico el pasado 22 de octubre han contado una experiencia en la que muchos fueron torturados, obligados a visionar la muerte de otros de sus compañeros e incluso estuvieron a punto de ser decapitados por los milicianos.
Saad Jalaf Ali es uno de los tres exagentes que han decidido contar su experiencia tras ser torturados. El último recuerdo que Saad tiene en la memoria de los interrogatorios que sufrió por parte de algunos de los combatientes del Estado Islámico fue pensar en sus dos esposas y sus hijos mientras le cubrían la cabeza con una bolsa de plástico.
En uno de esos interretogatorios Saad confesó haber informado a las fuerzas kurdas e iraquíes sobre las posiciones que el Estado Islámico mantiene en algunas partes del país, una acción que normalmente está penada con la muerte, bien con la decapitación o con un tiroteo a quemarropa. "Lo confesé todo", ha afirmado el exagente de 32 años.
Tras esta revelación, Saad fue trasladado ante un juez con los ojos vendados y condenado a muerte. Habría sido ejecutado en la mañana del 22 de octubre sino fuera porque la noche anterior las fuerzas especiales de Estados Unidos y el Kurdistán organizaron una misión para rescatarles. Además de él, otros 68 réhenes fueron puestos en libertad esa misma noche.
En la operación murió un miembro de las fuerzas estadounidenses, el primero desde que Estados Unidos retirara sus tropas de Irak en 2011, y otros cuatro militares kurdos resultaron heridos.
La mayoría de los prisioneros como Saad eran miembros de las fuerzas de seguridad iraquíes y habían luchado contra los insurgentes antes de que invadieran una tercera parte de Irak.
DOS TESTIGOS
Otro de los exagentes liberados, Ahmed Mahmud Mustafa, fue encerrado en una habitación sin ventanas donde dormía junto con otros 38 prisioneros. Todos ellos eran obligados a permanecer en silencio, a rezar cinco veces al día y a leer lecciones islamístas que los captores les daban.
Todos sus movimientos eran vigilados de cerca por unas cámaras de seguridad que los insurgentes instalaron en la sala, donde en algunas ocasiones debían ver imágenes de decapitaciones en una gran pantalla.
En esta ocasión, Ahmed y otro prisionero que se encontraba en su misma sala llamado Mohamed Abd, fueron acusados de espionaje. Después, un juez les dio a elegir entre la ejecución o seguir con más interrogatorios. Mohamed eligió la primera opción y puso su huella dactilar en una lista de cargos para admitir su culpabilidad. Tras este hecho los milicianos del Estado Islámico le preguntaron si prefería ser decapitado por delante o por detrás. "Depende de ti", afirmaron.