May apostó por el adelanto electoral para poder negociar con más poderes el Brexit, pero su mayoría podría peligrar
LONDRES, 7 Jun. (EUROPA PRESS) -
Los británicos vuelven a las urnas este jueves para una de las votaciones más importantes desde la II Guerra Mundial, ya que de ellas saldrá el encargado de pilotar la travesía de salida de la Unión Europea decidida hace apenas un año.
La candidata a la reelección, Theresa May, nunca ha abandonado el liderazgo en las encuestas, pero los más de veinte puntos de ventaja que disfrutaba sobre el laborismo al inicio de la carrera, hace tan solo siete semanas, se han reducido hasta el punto de poner en duda si logrará ampliar la mayoría de 17 diputados que defiende en Westminster.
Una campaña cuestionable, el impacto de dos atentados terroristas y la entrada en escena de su pasado como titular de Interior, un departamento desde el que redujo en 19.000 el número de efectivos policiales, han dejado muy tocada a una primera ministra que se había animado al adelanto electoral para ampliar su margen de maniobra para el Brexit.
Para completar el cuadro, su rival laborista, Jeremy Corbyn, sorprendió a su propio partido con una evolución que parece haber sofocado los temores de una aniquilación electoral de la izquierda británica. Todo ello, a pesar de su retorno a las esencias más puras del socialismo con una propuesta por una sociedad más igualitaria y un modelo de más gasto, más impuestos y más Estado.
LUGAR EN EL MUNDO
En consecuencia, aunque la votación se disputa en clave de Brexit, lo que está en juego este jueves va más allá del futuro fuera de la UE y atañe al modelo de país que los británicos quieren promover para afianzar su lugar en el mundo. La dialéctica planteada por los partidos llamados a repartirse el poder abandona las desdibujadas líneas de las apelaciones al centro político y plantea dos propuestas casi contrapuestas.
Como resultado, Reino Unido se ha convertido en un laboratorio de pruebas sobre la preeminencia del bipartidismo en Europa y el lugar que las esencias ideológicas ocupan en el escenario imperante un año después de que el 52 por ciento del electorado certificase el primer divorcio integral en la historia del proyecto comunitario. En un continente gradualmente desencantado con las formaciones tradicionales, la preeminencia de la fórmula a dos fuerzas políticas se ha reforzado al norte del Canal de la Mancha.
La convocatoria anticipada, con todo, ha resultado contraproducente para una primera ministra que contaba con que el descrédito de su oponente, empezando por su propio partido, convertiría la carrera por el Número 10 en un paseo hacia la hegemonía conservadora. La apuesta le ha salido cara, puesto que el halo de infalibilidad del que disfrutaba desde que llegó al cargo en julio ha quedado severamente dañado.
En las jornadas previas a la cita con las urnas, May ha tenido que luchar por cada voto y se ha visto obligada a responder a un complicado criticismo por su gestión en materia de seguridad, un campo de minas para cualquier aspirante a la reelección.
Las predicciones de un dominio de hasta tres cifras con las que los conservadores habían arrancado la contienda se han ido recortando. Incluso si continúa en la residencia oficial, el único resultado realmente válido sería la notable ampliación de la mayoría absoluta que, hasta hace semanas, se daba por hecho.
TÁCTICAS ELECTORALES
De fracasar, los 'tories' no podrán hallar mayor responsable que su osada estrategia de jugarse las elecciones a la táctica personalista. Conscientes de que su cabeza de cartel era más popular en los sondeos que la propia formación, apostaron a la carta del 'efecto Theresa May', con una campaña marcadamente centrada en la candidata que acabó resultando fallida.
El Laborismo, por el contrario, puso en valor su propuesta de esperanza para un futuro de mayor inversión pública y promoción de la igualdad y su estrategia de focalizar en las medidas su intentona de revertir las dos derrotas consecutivas sufridas desde 2010 ha dinamizado la campaña y permitido a Corbyn mostrar una confianza apenas vista hasta entonces.
Aunque el fervor que despierta es más entre sus acólitos, con multitudinarias intervenciones en bastiones laboristas, el candidato ha mejorado su imagen política, frente al empacho que la maniobra de exprimir el tirón de la 'premier' ha desencadenado en una ciudadanía que ha descubierto grietas en el "liderazgo fuerte y estable" reiterado por May en cada comparecencia.
Ya no se trata de factores cortoplacistas como su ausencia en los debates en televisión, sino elementos estructurales como su perpetua ambigüedad ante cuestiones clave como qué entiende por un "acuerdo malo" para el Brexit, o cuál es el máximo que impondrá a los mayores para sufragar su asistencia en el hogar.
CUADRO DE CONTRASTES
El cuadro de contrastes de sus casi once meses de mandato revela un inusitado nerviosismo ante las críticas y un testarudo rechazo a admitir que ha cambiado de opinión, como aconteció con el que ha quedado como el gran fiasco de su campaña, la ya acuñada 'tasa de la demencia', su propuesta para reformar la financiación del cuidado de la tercera edad.
De ahí que su aproximación al final de campaña se haya centrado, fundamentalmente, en vender una imagen institucional, en especial ante la inminencia de un Brexit que, en la práctica, echará a andar transcurridos apenas once días de las generales, por expreso deseo de Bruselas.
Así, esta jornada ha vuelto a destacar la inexperiencia de su rival, un verso libre en la izquierda británica hasta su ascenso como jefe de la oposición en 2015. Con todo, los dos comparten dos elementos en común: prácticamente nadie podría haber previsto cuando se celebraron las últimas generales, hace dos años, que hoy serían líderes y ambos han introducido una línea rupturista en relación a cualquier votación de la historia reciente.
May está resuelta a reconfigurar en el imaginario colectivo la imagen de los conservadores como el partido "de la mayoría", con propuestas para capitalizar apoyo en áreas hasta ahora vetadas. El Laborismo, por su parte, ha enterrado definitivamente el espíritu de la Tercera Vía con el que, hace veinte años, Tony Blair había llegado al poder y apuesta por un regreso a las esencias más reivindicativas de la izquierda, para combatir una "economía amañada" para beneficiar a los poderosos.