El Califato ha sumergido durante tres años a millones de iraquíes y sirios en el terror de la Edad Media
MADRID, 9 Jul. (EUROPA PRESS) -
Tras años de decapitaciones sumarias, persecución de las minorías y aplicación de la versión más intolerante del islam, las fuerzas gubernamentales iraquíes han puesto fin al control de Mosul por parte del Estado Islámico y hacen así que se resquebrajen los cimientos del dominio territorial del Califato. Mosul, una ciudad moderna, la segunda más poblada de Irak antes del tsunami yihadista de 2014, sale así finalmente de su pesadilla medieval.
Las televisiones de todo el mundo reprodujeron en junio de 2014 las imágenes del líder del Estado Islámico, Abú Bakr al Baghdadi, proclamando el Califato desde la Gran Mezquita de Al Nuri de Mosul tras el avance relámpago de sus milicias y el desmoronamiento de las fuerzas gubernamentales iraquíes.
En su máximo esplendor, el Estado Islámico se extendía por amplias zonas del norte y oeste de Irak y del este de Siria y gobernaba a entre 2,8 y 8 millones de personas, dependiendo de la fuente de las estimaciones. Solo en Mosul vivían más de dos millones de personas antes de la invasión.
La toma de los bancos y los pozos petroleros le dieron al grupo la fuente de financiación necesaria para desarrollar una férrea estructura estatal e imponer la 'sharia' o ley islámica. En Mosul pronto se impuso el velo integral a las mujeres y comenzaron a llegar noticias de palizas de yihadistas a mujeres y niñas que salían a la calle incumpliendo su código de vestimenta.
"Esto no es una restricción de sus libertades, sino que intenta prevenir que ellas caigan en la humillación y la vulgaridad o que sean un espectáculo para aquellos que las vean", explicaba el grupo.
Después llegó la fatua o edicto religioso islámico por el que se ordenaba a todas las mujeres del Califato se sometan a la ablación o mutilación genital femenina como un medio de supresión del deseo sexual de la mujer para prevenir comportamientos "inmorales". Una vez educadas en esta nueva moral, el propio Estado Islámico ofrecía a las mujeres la posibilidad de inscribirse en una oficina para facilitar los casamientos con milicianos del grupo yihadista.
Las personas que no pertenecían al sector mayoritario suní y musulmán de los territorios del Estado Islámico aún sufrieron una mayor persecución, en particular comunidades como la chií, cristiana, sufí o yazidí. Templos y monasterios de siglos de antigüedad fueron dinamitados y las yazidíes fueron en gran parte esclavizadas para servir a los yihadistas, incluso como esclavas sexuales, en una práctica avalada por la interpretación más rancia y medieval de la religión de Mahoma.
OFENSIVA DEL GOBIERNO IRAQUÍ
Finalmente en 2016 las fuerzas iraquíes se recompusieron y comenzaron a hacer retroceder a los milicianos de negro en un punto de inflexión posibilitado en gran parte por la ayuda militar exterior, en particular gracias a la extraña alianza entre Irán y Estados Unidos. La presencia militar en tierra se vio reforzada con la incorporación a la lucha de las milicias chiíes apoyadas por Irán y en el cielo las operaciones de aviones y drones estadounidenses proporcionaron una ventaja clave.
Una a una fueron cayendo las ciudades que controlaban los yihadistas a medida que los militares y paramilitares afines al Gobierno remontaban los ríos Tigris y Éufrates hasta que finalmente llegaron tras el verano de 2016 a las puertas de la región de Mosul.
La ofensiva parecía inminente, pero los aliados internacionales del Gobierno iraquí no querían arriesgarse a una derrota que sería utilizada propagandísticamente por los yihadistas y prepararon concienzudamente el ataque. No fue hasta el 17 de octubre cuando se anunció el inicio de la ofensiva con 100.000 miembros del Ejército y la Policía iraquíes y la valiosa contribución de las Unidades de Movilización Popular, unas milicias predominantemente chiíes respaldadas por Irán. Enfrente, unos 6.000 milicianos yihadistas dispuestos a resistir hasta el martirio.
Superados en número, los milicianos utilizaron la orografía urbana en su beneficio, escondiendo coches bomba en estrechas callejuelas, apostando francotiradores en los tejados de edificios altos con civiles en las plantas inferiores y construyendo túneles. Además, se entremezclaron con la población local para dificultar los ataques aéreos y realizaron ejecuciones masivas para evitar cualquier tipo de levantamiento de la población.
Pronto comenzó una lucha casa por casa y el éxodo de la población debido a los combates... y las noticias sobre los francotiradores yihadistas que disparaban por la espalda a las familias que querían escapar de la ciudad.
La parte de Mosul situada al este del Tigris cayó con relativa facilidad ante la ofensiva de las fuerzas gubernamentales, pero el oeste, la parte de la Ciudad Vieja, era un laberinto de callejuelas estrechas en las que la potencia de los carros de combate era completamente inútil.
Nueve meses después del comienzo de la ofensiva sobre Mosul finalmente ha concluido con la toma del último reducto de los yihadistas en el casco histórico de la ciudad este 9 de julio. Sin embargo, el símbolo de la caída de Mosul siempre será la destrucción de la Gran Mezquita de Al Nuri a manos de los propios milicianos del Estado Islámico.
La misma mezquita desde donde el califa Ibrahim --nombre que tomó Al Baghdadi tras proclamar el Califato-- se dirigió a todos los musulmanes del mundo para invitarles a sumarse a su proyecto totalitario, los yihadistas sembraron bombas para destruir un templo del siglo XII y su emblemático minarete inclinado considerado "un símbolo de identidad, resistencia y pertenencia", según la Organización de Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO).