Niña refugiada siria en Turquía y su familia
UE/ECHO/MERAN ANABTAWI
  
Actualizado: jueves, 4 febrero 2016 8:36

BRUSELAS, 4 Feb. (Por Meran Anabtawi, asistente de Información y Comunicación para Oriente Próximo de la Oficina de Ayuda Humanitaria de la Comisión Europea, ECHO) -

   De los casi dos millones de refugiados sirios que viven en Turquía, la mayoría tratan de sobrevivir en localidades y ciudades fuera de los campamentos gestionados por el Gobierno. Se enfrentan a dificultades para mantener a sus familias, pagar el alquiler y adaptarse a sus nuevas vidas.

   La situación es especialmente dura para las personas que han resultado heridas durante el conflicto, muchas de los cuales han quedado con problemas de movilidad tras una intervención quirúrgica. La Comisión Europea está apoyando servicios de rehabilitación física en los hogares para muchas de estas personas, incluidos niños, cuyas vidas han cambiado para siempre.

   A la edad de 14 años, el mundo de Arifa cambió para siempre cuando resultó herida grave durante los bombardeos que destruyeron la casa de su familia en Alepo, Siria, hace tres años.

   Debido a la gravedad de sus heridas, fue llevada en ambulancia a Turquía para recibir atención médica. Su padre, Abdurrahman, un artesano del cobre, solo pudo seguirla dos días después. Tuvo que enterrar a sus dos hijos más pequeños que habían muerto en el ataque y conseguir tratamiento médico para su mujer, que también resultó herida.

   Arifa pasó tres meses en el hospital y fue sometida a cuatro operaciones, incluida la amputación de su pierna derecha. Ahora vive en Gaziantep, en el sureste de Turquía. Desde hace tres meses, está siendo visitada por un equipo médico móvil, que incluye a un fisioterapeuta y un rehabilitador apoyados por la Comisión Europea.

   Es muy alegre y nos muestra lo hábil que se ha vuelto usando las muletas para subir y bajar algunos escalones en el patio. Arifa está esperando una prótesis, pero primero tiene que someterse aún a otra operación.

"AHORA ME SIENTO MÁS FUERTE"

Refugiada siria

   "Estaba asustada, indefensa", relata Arifa, recordando cuando llegó a Turquía. "No me podía mover o doblar mi rodilla. Pero ahora, me siento más fuerte y mucho más feliz. Antes no podía ir a ninguna parte pero ahora puedo moverme con mis muletas", añade.

   Los trabajadores sanitarios le dan a Arifa ejercicios para mejorar la movilidad y la fuerza. "Me han dado esperanza", asegura. "Cada día estoy más fuerte. Estoy deseando tener una prótesis y volver a la escuela. Solía jugar mucho. Quiero jugar de nuevo", afirma.

   Su padre, Abdurrahman, contempla con orgullo mientras Arifa responde a su tratamiento de fisioterapia sin quejarse. Las circunstancias son duras y es difícil encontrar trabajo, explica. Cuando la familia llegó a Turquía, cuenta, vivían en un parque al aire libre. Pero, su optimismo aumenta al ver los progresos diarios de su hija. "Mi esperanza es mi hija", asegura.

BUSHRA, 13 AÑOS

   Con el equipo médico móvil voy a visitar a otra adolescente cuya vida quedó arruinada por el conflicto. En febrero, Bushra, de 13 años, fue testigo de la muerte a tiros de su padre delante de ella. Ella misma resultó alcanzada por una bala de un francotirador, lo que le causó una lesión en la médula espinal que la paralizó.

   Bushra fue trasladada a Kilis, en Turquía, donde pasó 45 días en cuidados intensivos, 25 de ellos en coma. Su madre, Fatima, de 41 años, fue llevada a otro hospital en Gaziantep, donde fue operada. Ambas no se reunieron hasta más de un mes después. "Las dos nos pasamos todo el tiempo llorando", recuerda Fatima. "Nunca nos habíamos separado antes", añade.

   Un equipo sanitario móvil visita ahora a Bushra en su casa dos veces por semana. "No podía moverme absolutamente nada antes, pero ahora puedo mover mis manos y mis brazos y puedo rodar en la cama", comenta Bushra, que pronto recibirá una silla de ruedas eléctrica. "Sueño con curarme, pienso en ello cada día. Antes de mi lesión, quería ser médico; quizá todavía podré serlo algún día. Trataré a personas gratis", asegura.

   Los equipos sanitarios móviles están ofreciendo un servicio vital, que está teniendo como resultados mejoras físicas y psicológicas en los pacientes con los que trabajan estrechamente. También está llenando un importante vacío en el tratamiento posterior para aquellos refugiados que han sido intervenidos quirúrgicamente.

ANAS, 33 AÑOS

Refugiada siria

   Anas, un padre de cuatro hijos de 33 años y natural de Alepo, resultó gravemente herido durante un bombardeo con barriles bomba por esquirlas cuando había salido a comprar pan. Ha sido sometido a una serie de operaciones y estuvo hospitalizado durante más de un año.

   Sin embargo, Anas ahora camina con muletas y vende pequeñas cosas como cigarrillos y tea delante del garaje en el que él y su familia residen. "Antes no tenía esperanza, pero la esperanza volvió a mi vida cuando recibí el tratamiento y fue como si viera la luz", explica.

   Su fisioterapeuta, Mohamed, dice estar asombrado por su progreso. "No podría creer que volvería a moverse. Los barriles bomba son lo peor y provocan un enorme sufrimiento porque las esquirlas pueden provocar complejas fracturas", explica.

   "Hemos estado trabajando en ejercicios y actividades funcionales y cada vez es más independiente", añade. Anas está esperando ahora con anhelo otra operación que debería permitirle recuperar más movilidad. "Quiero volver a trabajar, tener dignidad y no tener que pedir prestado dinero a mis familiares o amigos", asegura.

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