NEWTON, 28 May. (Reuters/EP) -
Desde hace seis años, la universidad William James, en el estado norteamericano de Massachussetts, intenta romper una de las grandes barreras comunicativas que existen a la hora de proteger las vidas de los veteranos de guerra afectados por el trauma de combate: la incapacidad de los militares para hablar de sus experiencias con los psicólogos civiles.
Ahora mismo viven en Estados Unidos más de 19 millones de veteranos, y un 40 por ciento aproximado de los que han recibido atención médica padece algún tipo de secuela psicológica que le ha llevado a engancharse a las drogas. Sin embargo, y en términos generales, los porcentajes son esquivos. Según cifras del grupo de estudios militares RAND, entre un 5 y un 20 por ciento del total de los veteranos padece o ha padecido algún tipo de trauma.
La William James ha iniciado en respuesta un programa especial por el que los veteranos de guerra pueden emprender una carrera de Psicología, de cuatro años de duración, específicamente configurada para la atención a los militares. El objetivo, han explicado sus responsables, es el de encontrar un terreno común entre las oportunidades que ofrecen las carreras civiles y la experiencia personal de los militares que llevan 17 años combatiendo en Irak y Afganistán.
"Lo que te cuenta la mayoría de los veteranos es que prefieren hablar con gente que ha tenido las mismas experiencias que ellos", reconoce el director del departamento de Psicología para militares y veteranos de la universidad, Robert Dingman. "Nuestra opinión es que no solo los militares son los únicos que pueden ayudar a sus compañeros, pero sí es verdad que existe una oportunidad para transformar esta necesidad en una carrera universitaria", explica.
No obstante, la división es palpable. Por un lado los militares consideran un signo de debilidad confesar sus problemas a un civil. Por otro, los psicólogos civiles son incapaces de contextualizar adecuadamente problemas mentales originados en una guerra que no han vivido en primera persona.
Es el caso por ejemplo del estudiante Adam Freed, graduado en Psicología por la universidad de Yale, quien descubrió que no podía interpretar correctamente los traumas de algunos pacientes, familiares de veteranos de guerra. "Era algo que me resultaba completamente extraterrestre y poco a poco comencé a darme cuenta de que tenía que hacer algo para comprenderlo", asevera.
El caso de Freed es excepcional porque decidió nada menos que alistarse en la Guardia Nacional y cumplir con un servicio en Afganistán antes de apuntarse a la William James. La experiencia fue transformadora.
"Ahora entiendo por qué muchos veteranos son incapaces de describir con facilidad lo que es que te 'reviente' una bomba en combate. Es como si les preguntaran '¿Qué se siente cuando te violan?'. No se puede abordar de cualquier manera. Es extremadamente traumático y hay que abordarlo de manera diferente", comenta el joven psicológo, ahora capitán del Ejército norteamericano.
"NADIE LO ENTIENDE"
El caso contrario es el de la militar Tara Barney, estudiante de la universidad tras cuatro años de servicio, quien ha decidido perseguir alternativas fuera del ámbito del Ejército para ayudar a sus antiguos compañeros.
"Tenía un amigo que rompía a llorar en mi hombro cuando hablaba de la guerra porque no tenía a nadie más con quien compartirlo. 'No puedo ni decírselo a mi mujer', me decía. '¿Quién lo puede entender?", recuerda Barney.
Con su presencia, Barney espera acercar a los civiles a la situación de los veteranos de guerra de EEUU. "Hay gente que simplemente no quiere conocer lo que hemos pasado", indica, antes de aplaudir los beneficios de un programa que persigue, por encima de todos, conectar dos ámbitos tan diferenciados que han generado un vórtice de dudas, miedo y confusión entre los que han servido a su país durante casi dos décadas.