BOGOTÁ, 30 Ene. (EDIZIONES) -
Hay 78.000 desaparecidos en Colombia, al menos oficialmente. Unos pocos aparecen con vida pero la inmensa mayoría ha ido a parar a tumbas anónimas en las que la muerte pierde su dignidad. El conflicto armado ha minado de huesos todo el territorio y aún esperan a que alguien les ponga nombre y apellidos. Es una de las muchas caras de una guerra casi finita.
El Comité Internacional de Cruz Roja (CICR) cifra en 78.000 las personas desaparecidas en Colombia hasta 2015. Es un dato aséptico que se pierde en la maraña de víctimas que ha dejado la lucha entre el Gobierno y las guerrillas, casi ocho millones, pero que esconde un drama humano.
Si bien el diálogo en La Habana ha devuelto al pueblo colombiano la esperanza de la paz, no ha conseguido detener la ola de desapariciones: solo el año pasado hubo 10.900 más, lo que arroja una media de una desaparición por hora.
El gran culpable de las desapariciones es el enfrentamiento entre uniformados y rebeldes, que ha dejado 45.000, de acuerdo con la Unidad de Víctimas del Gobierno. Pero también hay otras causas, como la acción del crimen organizado --aún invaluable-- y las catástrofes naturales.
El 70 por ciento de los casos siguen sin resolverse, por lo que en Colombia "desaparecido" es sinónimo de "muerto". La esperanza de encontrar a alguien con vida es mínima: desde 1938 solo han tenido esta suerte 26.000 personas, según el CICR.
Por ello, la búsqueda de los desaparecidos se centra en los cementerios y los múltiples escenarios de grandes matanzas. Se trata de una doble victimización, la de la muerte y la del olvido al que miles de personas siguen condenadas.
"Es un dilema terrible", dice Udo Krenzer, el coordinador forense del CICR para Suramérica. "Esta gente desapareció y sus restos no están identificados, por lo que es como si desaparecieran una y otra vez. Esto hace que sea mucho peor para las familias", señala.
BÚSQUEDA TITÁNICA
La dimensión del problema obligó al Gobierno colombiano a lanzar en 2013 --en el contexto del diálogo de paz-- un programa "de mapeo de cementerios para lograr la identificación de personas fallecidas e inhumadas como 'NN' durante las últimas décadas".
Hasta la fecha, el Ministerio de Interior ha peinado 255 cementerios y ha localizado los restos de 7.600 personas que no han sido identificadas, lo han sido incorrectamente o se sabe quiénes son pero sus familias nunca han reclamado sus restos.
Se trata de un proceso excesivamente lento porque, tal y como explica el director del Instituto Forense de Colombia, Carlos Valdés, hay obstáculos de todo tipo: técnicos --la mayoría--, económicos e incluso humanos.
Uno de los principales problemas es que los cementerios no tienen registros o, si los tienen, no son fiables. "Desafortunadamente, los registros no se guardan meticulosamente en nuestro país. En algunos casos, el enterrador es el único que sabe dónde está enterrado cada uno", reconoce Jenny Martínez, del Ministerio de Interior.
Así las cosas, muchas veces el único registro es la memoria de los vecinos del lugar, que recuerdan lo ocurrido en los años de conflicto y a quienes se perdieron en ellos, pero aún tienen miedo a contar lo que han atestiguado.
"La gente en las comunidades sabe quiénes son las personas que aparecen como no identificadas en los cementerios" y sabe donde hay cadáveres enterrados en otros lugares, "pero no quieren decirlo porque temen acabar muertos", explica Ginna Camacho, de la ONG Equitas.
Ángel Medina Bejarano, forense del CICR, advierte de que "incluso si llegase a acabar el conflicto van a pasar muchos años" hasta encontrar a todos los desaparecidos. "La información se va dando poco a poco porque las personas que la tienen no la quieren dar porque no es el momento pertinente", apunta.
SIN DIGNIDAD
El CICR destaca que una de las peores consecuencias de este fenómeno es que arrebata a los muertos la dignidad que toda persona merece incluso una vez enterrada. "Los restos no son tratados con el respeto que merecen", lamenta Krenzer.
El Ministerio de Interior ha admitido que hay cementerios que se han convertido en auténticos vertederos. Los vecinos usan los terrenos baldíos para echar su basura cuando hay problemas con los servicios de limpieza, algo bastante frecuente.
"No hay respeto ninguno", insiste Martínez. "Es muy triste. El conflicto armado en nuestro país ha erosionado incluso la dignidad que se da a la muerte. Se trata a las personas como a cosas", denuncia desde el Ministerio de Interior.
El reto, según Martínez, es provocar un cambio cultural entre los colombianos que han sufrido la guerra. "En los lugares arrasados por la violencia la gente ya no tiene interés por la vida y, consecuentemente, tampoco por la muerte", admite.