Mujer en un refugio en Ucrania
Foto: ALEXEY FILIPOV/UNICEF
    
Actualizado: lunes, 6 julio 2015 13:38

Con sus hogares destruidos, las familias del este de Ucrania no pueden escapar de los refugios

   MADRID, 4 Jul. (Por el especialista de Comunicación de UNICEF, Sven G. Simonsen) -  

   Tania, de 52 años, nos guía a través de dos grandes salas entre camas decrépitas y pilas de bolsas con los efectos personales de los residentes, para enseñarnos el hogar que ha hecho para su familia en una habitación situada al final del refugio.

   Al llegar, entendemos por qué quería que viéramos esto: de alguna forma, ha conseguido recrear el calor de un hogar familiar en el profundo y húmedo subterráneo, entre muros de cemento que siguen cubiertos con carteles de la Guerra Fría que nos enseñan a protegernos en caso de una guerra nuclear.

   La sonrisa alegre con la que Tania nos recibe, sin embargo, ya ha dado paso a la tristeza. "Nos reímos ahora pero cada noche lloramos porque ya no queda nada bueno en nuestras vidas".

11 MESES BAJO TIERRA

   El refugio se encuentra en el barrio de Petrovski en la ciudad de Donetsk. La entrada se parece a la de cualquier pequeño almacén, pero nada más entrar una larga escalera nos guía a un enorme refugio donde vivían, durante el apogeo en el verano de 2014, hasta 500 personas. Hoy sirve todavía como hogar a 41 personas, entre ellas seis niños. La mayoría, incluyendo a Tania y a su familia, han vivido aquí los últimos seis meses.

Refugio Ucrania

Francesca Volpi/UNICEF

   Para llegar se hace desde el centro de la ciudad, a través de carreteras tranquilas entre árboles. La aparente armonía de la hermosa mañana de verano esconde sin embargo una realidad más cruel: que el frente se encuentra a solo tres kilómetros y que cada noche hay bombardeos cerca. No muy lejos de aquí los autobuses todavía circulan pero los residentes de este refugio no pueden recoger sus cosas y marcharse en coche a un lugar seguro. Ahora mismo es todo lo que tienen.

NIÑOS AFECTADOS

   "Mi nieto de nueve años vive con nosotros. Iba a segundo grado pero ahora rara vez sale. Se quedó aquí cuando no teníamos corriente eléctrica y estaba oscuro. Ahora está muy nervioso", ha explicado Tania.

   El más joven de sus cuatro hijos, de 18 años, también vive aquí. "Me dice: 'Si tengo que quedarme aquí mucho más me volveré loco'", dice Tania, quien busca trabajo en una economía rota y sin ayuda pública. Hace cinco meses su familia recibió algo de comida como ayuda humanitaria pero ahora ya no queda casi nada. "Hoy nos hemos gastado nuestros últimos 50 grivna (unos dos euros y medio) en tres barras de pan", dice.

   Todos los miembros de la familia de Tania parecen afectados por el conflicto. La mujer tiene dos hijas casadas que viven en la cercana Marinka, muy cerca del frente. "Intento hablar con ellas todo el rato pero no puedo contactar; se encuentran en los sótanos por culpa de los bombardeos. Me preocupo muchísimo por ellas", dice entre sollozos. "La tercera de mis hijas vive en Mariupol y allí también hay bombardeos", remata.

EL NOMBRE DE UN SANTO

   Por su parte Tatiana, de 50 años, lleva viviendo en el refugio desde agosto de 2014 junto a su hijo de 28 años. "No quería abandonar nuestra casa pero el día que nos marchamos el bombardeo fue terrible. Vimos casas ardiendo, así que cogimos nuestras pertenencias más valiosas y venimos aquí", explicó.

   Tres semanas después, Tatiana regresó a su casa para ver los efectos de los bombardeos. El techo había desaparecido, las ventanas estaban rotas y lo habían desvalijado todo. "Todo robado. Hasta las ropas de mi hijo", remarca Tatiana. En febrero, el domicilio recibió aún más daño. Ahora, en mitad de lo que queda de él, hay un cráter de dos metros provocado por la explosión de un mortero.

Refugio Ucrania

Francesca Volpi/UNICEF

   Ya dentro del refugio, Tatiana y su hijo carecen de bienes básicos. No hay comida ni cubos para el agua ni sartenes para cocinar. El bombardeo afecta a su presión sanguínea pero no tiene dinero para comprar medicamentos. Su hijo Nikolai, de 28 años, sufre intensos dolores de cabeza durante los bombardeos. Hace unos meses se agravaron de tal forma que directamente se desmayaba.

   Nikolai es, en palabras de su madre, un cantante maravilloso que se gana el pan cantando en el tranvía, pero Tatiana se preocupa cada vez que abandona el refugio. Los bombardeos han sorprendido a Nikolai en numerosas ocasiones "pero mi hijo tiene nombre de santo", dice Tatiana. "Si no lo tuviera ahora estaría muerto", añade convencida.

"SOLO SON FUEGOS ARTIFICIALES"

   Hasta hace solo un par de semanas, Kristina, madre soltera, también vivía en este refugio con Evelina, su hija de tres años. Kristina sigue viniendo aquí como cooperante. Es ella quien consiguió garantizar la llegada de ayuda humanitaria, incluso la procedente de UNICEF, a los residentes. El Fondo de Naciones Unidas para la Infancia ha proporcionado kits de higiene, educativos y mochilas para los niños, explica.

Refugio Ucrania

Francesca Volpi/UNICEF

   "La gente que sigue aquí no tienen otra elección. Sus casas están destruidas o en el frente y no tienen dinero para ir a cualquier otro lugar", añade Kristina. "La necesidad más inmediata es la alimentaria. No es que la gente se esté muriendo de hambre pero no están comiendo adecuadamente porque no se lo pueden permitir", advierte.

   La convivencia es difícil y tiene un precio. "Hemos tenido muchos problemas. Es imposible vivir en paz en un lugar así y ha afectado mucho a mi salud mental", ha declarado la joven. En los últimos días los bombardeos se han intensificado y Kristina se está preparando para regresar al refugio dentro de una o dos semanas, lo que podría poner las cosas aún más difíciles a su hija.

Refugio Ucrania

Alexey Filipov/UNICEF

   "Hasta ahora ha estado bien. Es tan pequeña que juega con otros niños en el refugio y no se da cuenta de la situación. Cuando el bombardeo sucedió, le dije que solo eran fuegos artificiales pero los niños más mayores entienden mejor la situación y les afecta más", concluye.

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