Niños en una escuela en Kidal, Malí
UNICEF/DIAKITE
Actualizado: domingo, 28 mayo 2017 19:17


MOPTI (MALÍ), 28 (Thomson Reuters Foundation/EP)

Mientras sostiene a su bebé contra el pecho en un centro de salud de Malí, Mariama Tieminta recuerda el momento en el que los yihadistas atacaron su pueblo. "Cuando oí los disparos no podía pensar en otro cosa que en morir", ha explicado Tieminta, quien huyó a Mopti con sus cuatro hijos.

Cinco años después, el espectro de la muerte acecha de nuevo a su familia con un hijo de dos años desnutrido por la crisis alimentaria de África Occidental y la violencia extendiéndose desde el norte hacia el sur por el centro de Malí.

"Cada vez que oigo hablar de un ataque cercano o de que los yihadistas se están acercando, pienso que podemos ser los próximos", ha comentado Tieminta desde la clínica de Komoguel, en Mopti, una localidad situada en la franja de terreno que separa el norte desértico de Malí, donde más presencia tienen los milicianos, del sur del país.

La amenaza islamista en la zona central de Malí ha golpeado duramente a los cultivos y ha obligado a cerrar cientos de colegios, a la vez que el estado de Emergencia restringe los movimientos en el país. Las agencias de ayuda, ya extendidas por la zona norte, están esforzándose por reaccionar también en el centro del país.

Al menos 3,8 millones de personas en Malí necesitarán asistencia alimentaria este año, según la Oficina de Coordinación de Asuntos Humanitarios (OCHA, por sus siglas en inglés). Más de la mitad de los necesitados son niños que por el cierre de escuelas, los servicios sociales inadecuados y la falta de comida sufren más las consecuencias de la violencia.

En la clínica de Komoguel, una docena de madres esperan con sus hijos desnutridos para recibir atención médica. "Muchas madres no reconocen los signos de la desnutrición y eso significa que traen aquí a sus hijos más tarde de lo que deberían", ha explicado una enfermera de la clínica.

En total se espera que 142.000 niños de menos de cinco años sufran desnutrición severa a lo largo de este año en Malí y según trabajadores de la sanidad se debe a que "la pobreza, la inseguridad y la falta de comida alimentan un 'círculo vicioso' de desnutrición".

"Los niños están en riesgo de ser reclutados si no van al colegio", ha explicado la líder de la OCHA en Malí, Ute Kollies, y ha añadido que "los grupos de jóvenes dicen que hay pocas opciones para conseguir dinero: convertirte en un criminal, un traficante, un rebelde o un soldado yihadista. De otro modo, te puedes convertir en una victima."

VIOLENCIA Y CAOS

El reciente aumento de ataques islamistas en el norte y centro de Malí ha llevado al Gobierno a ampliar durante seis meses más el estado de Emergencia decretado en noviembre de 2015, lo cual obstaculiza las provisiones de ayuda.

La influencia islamista en regiones como Mopti, impulsada en parte por el reclutamiento yihadista entre los fulanis marginados que luchan contra el mayor grupo étnico en Malí, los bambaras, ha forzado el cierre de cientos de colegios desde 2016. Solamente en Mopti la cifra ha ascendido a 270 escuelas cerradas y 80.000 alumnos se han quedado sin acceso a la educación, según datos de Naciones Unidas.

El caos causado por los yihadistas se suma a los enfrentamientos entre comunidades que han dejado 117 muertos en las regiones de Segou y Mopti, ante la ausencia de instituciones públicas y fuerzas de seguridad.

Mientras que muchas personas luchan con fondos y suministros limitados, las organizaciones humanitarias temen que la espiral de violencia acabe expulsando a los profesores y médicos del centro de Malí como ocurre en el norte.

"Uno de los principales desafíos al que nos enfrentamos es el desplazamiento de las autoridades, los profesores y los proveedores de servicios sociales (...). Esto ha tenido un impacto sustancial en la disponibilidad de servicios básicos", ha explicado una funcionaria de la oficina de UNICEF en Mopti, Kadiatou Diallo.

Tieminta se ha pronunciado ante la evidente situación de violencia: "no sé qué va a pasar, pero es duro vivir fácilmente sin paz". "Lo único que sé es que tengo miedo", ha confesado.

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