MADRID, 3 Nov. (EDIZIONES) -
Este 3 de noviembre es el 78 aniversario de la muerte de Manuel Azaña, último presidente de la II República Española. El político alcalaíno falleció a los 60 años en su exilio francés en Montauban (unos 50 kilómetros al norte de Toulouse), tras cruzar la frontera definitivamente el 5 de febrero de 1939 y dimitir de su máxima responsabilidad el 27 de febrero.
Ya en vida Azaña despertaba filias y fobias, pero casi nunca indiferencia. Sus partidarios le ensalzaban por sus convicciones republicanas y por su gran oratoria, mientras que sus detractores le denostaban por su anticlericalismo y por su sectarismo, apodándole 'El Verrugas' (tenías varias grandes verrugas en la cara) y 'El Monstruo'.
Su derrota en la Guerra Civil supuso que durante los siguientes 40 años de dictadura franquista su figura fuera literalmente demonizada por el pensamiento de la época. Ya en democracia, en 1980, con el centenario de su nacimiento, y en 1990, con el cincuentenario de su muerte, surgieron otras voces que buscaban rehabilitarlo.
Son muchos, no solo en el espectro ideológico de la derecha, quienes critican la escasa habilidad política de esta figura clave en la II República, bien señalándole como uno de los responsables de que se llegara a la Guerra Civil, bien apuntando que la República 'se le fue de las manos' al no saber controlar a las diversas fuerzas políticas, algunas de ellas extremistas, que acabaron por propiciar la caída del régimen.
Ante la quema de conventos de mayo de 1931 y el incremento de la violencia social y política muchos le acusan de una actitud pasiva. También es criticado por la maniobra que le alzó como presidente de la República, aprovechando un subterfugio legal en lo que su predecesor en el cargo, Niceto Alcalá-Zamora, calificó en sus memorias como un "golpe de Estado parlamentario". Este subterfugio se basó en un artículo de la Constitución que estipulaba que a la segunda vez que el Presidente disolviera las Cortes estas podían enjuiciar su actuación y destituirle: quienes querían defenestrarle contaron como una de ellas la disolución de las Cortes Constituyentes.
Azaña fue el primer presidente del Gobierno de la República y a la vez su primer ministro de Guerra (1931-1933). Un año antes de llegar al poder, participó en el Pacto de San Sebastián del 17 de agosto de 1930, una reunión de los partidos republicanos de la época en la que se preparó la estrategia para poner fin a la monarquía de Alfonso XIII y proclamar la II República.
A este pacto se sumaron en octubre el PSOE y la UGT, en Madrid. El partido y el sindicato socialista promovieron la organización de una huelga general y de una inserrucción militar para derrocar la Monarquía e instaurar la República.
Para este fin se creó un 'comité revolucionario' del que formaban parte, junto con Azaña, otras de las personalidades políticas que desempeñarían un papel protagonista en la República: el propio Alcalá-Zamora, Miguel Maura, Diego Martínez Barrio, Marcelino Domingo, Álvaro de Albornoz, Santiago Casares Quiroga, Luis Nicolau d'Olwer y los socialistas Francisco Largo Cabellero, Indalecio Prieto y Fernando de los Ríos.
La huelga general no llegó a declararse pero sí hubo un intento de golpe de Estado militar previsto para el 15 de diciembre de 1930, que fracasó porque los capitanes Fermín Galán y Ángel García Hernández sublevaron la guarnición de Jaca tres días antes, el 12 de diciembre. Ambos fueron fusilados el domingo 14.
ORADOR Y ESCRITOR
Si en algo concita un consenso favorable la figura de Azaña, es en sus cualidades como orador y escritor. De verbo fuerte y dicción clara, uno de sus dicursos más recordados es el llamado 'de las tres pés' (Paz, Piedad y Perdón), que pronunció el 18 de julio de 1938 en el Ayuntamiento de Barcelona. De más de una hora de duración, su parte más recordada es el final, que puedes escuchar a partir del minuto 1:04:00 de este vídeo.
"Cuando la antorcha pase a otras manos, a otros hombres, a otras generaciones, que se acordarán, si alguna vez sienten que les hierve la sangre iracunda y otra vez el genio español vuelve a enfurecerse con la intolerancia y con el odio y con el apetito de destrucción, que piensen en los muertos y que escuchen su lección: la de esos hombres que han caído embravecidos en la batalla luchando magnánimamente por un ideal grandioso y que ahora, abrigados en la tierra materna, ya no tienen odio, ya no tienen rencor, y nos envían, con los destellos de su luz, tranquila y remota como la de una estrella, el mensaje de la patria eterna que dice a todos sus hijos: Paz, Piedad y Perdón".
Como escritor fue galardonado con el Premio Nacional de Literatura en 1926 por su biografía Vida de don Juan Valera. Entre sus obras, principalmente diarios, cartas, discursos, novelas y ensayos, destacan otros títulos como 'El jardín de los frailes' (que recoge su experiencia en el colegio de los agustinos de El Escorial), 'La invención del Quijote y otros ensayos' y 'La velada en Benicarló' (una reflexión sobre la guerra civil), además de sus diarios completos (en los que no deja títere con cabeza) y sus discursos completos.
A continuación te dejamos 10 de sus frases más conocidas (para bien y para mal):
1. No quiero ser presidente de una República de asesinos.
2. Si los españoles habláramos sólo y exclusivamente de lo que sabemos, se produciría un gran silencio que nos permitiría pensar.
3. La guerra está perdida; pero si por milagro la ganáramos, en el primer barco que saliera de España tendríamos que salir los republicanos, si nos dejaban.
4. Os permito, tolero, admito, que no os importe la República, pero no que no os importe España. El sentido de la Patria no es un mito.
5. La libertad no hace ni más ni menos felices a los hombres; los hace, sencillamente, hombres.
6. Política tabernaria, incompetente, de amigachos, de codicia y botín, sin ninguna idea alta. (Sobre la política republicana de izquierdas).
7. Tengo de mi raza el ascetismo y del diablo la soberbia.
8. Ni todos los conventos de Madrid valen la vida de un republicano.
9. En España la mejor manera de guardar un secreto es escribir un libro.
10. España ha dejado de ser católica.