MADRID 15 Jul. (OTR/PRESS) -
Hay que dar tiempo al tiempo y no es fácil que el nuevo líder del PSOE, Pedro Sánchez, responda con rotundidad sobre tantos asuntos pendientes como tiene ahora el partido de Ferraz o sobre teorías de por dónde va a ir su política. Hasta ahí resulta comprensible. Pero escuchándole la entrevista que se le hacía en el informativo de Antena 3TV, me recordó a aquellas inolvidables entrevistas con Marcelino Camacho al que le preguntabas si hacía frío y te respondía con la lucha de clases, te interesabas por sus famosos jerséis y te respondía con la lucha de clases y si le dabas recuerdos a Josefina, sonreía levemente para explicarte lo de la lucha de clases.
Vicente Vallés le preguntó a Pedro Sánchez sobre lo divino y lo humano pero daba igual porque todas las respuestas giraban en torno a la unidad de partido, al tiempo nuevo y a las bases; al final sólo me enteré de que iba a haber un giro a la izquierda (las bases, ya se sabe) pero sin dejar el centro. Ya nos lo explicará. Descartó una coalición con el PP, no descartó un arreglo con IU aunque sí negó -con todo el respeto- cualquier posibilidad con Podemos. Y hasta ahí puedo contar porque habrá que esperar a que pasen unos días y se conozcan los nombres de su equipo para saber por dónde van a ir las cosas. No es fácil aventurar nada, ni siquiera si él mismo se presentará como posible candidato a cabeza de lista en la generales cuando toque.
La carrera política de Pedro Sánchez resulta, por lo menos, curiosa; ni buena ni mala, ni mejor o peor: curiosa. Cada ascenso venía precedido de un fracaso o al menos de una mala suerte que se convertía en éxito por la fuerza del destino. Así, en 2003 concurrió a las elecciones municipales en la lista del PSOE por Madrid que encabezaba Trinidad Jiménez; iba en el puesto 23 y no consiguió el acta; tuvieron que renunciar dos compañeros para que él, un año después, se sentara en la bancada municipal. En las generales de 2008 formó parte de la candidatura socialista por Madrid y tampoco, ay, consiguió escaño; tuvo que dimitir Solbes para que Sánchez ocupara su vacante en el Congreso. Pero no queda ahí la cosa. La historia se repitió en las generales de 2011: Blanco le situó en el undécimo puesto de la lista también por Madrid y quedó nuevamente fuera del Congreso hasta que Cristina Narbona en 2013 renunció a su escaño que ocupó, otra vez, el bueno de Sánchez. Y si nos atenemos a la cruda realidad, para salir elegido secretario general del PSOE, ha sido necesario que dimitiese también Alfredo Pérez Rubalcaba. Así son las cosas.
Pero ni siquiera esta concatenación de casualidades resta mérito alguno al nuevo secretario que se ha ganado uno a uno los votos de los militantes incluso pernoctando en sus casas durante la campaña -ejemplo que no debería cundir por el bien de la hostelería nacional-. Fuera bromas, es cierto lo que muchos comentaristas han subrayado: por primera vez son los afiliados lo que eligen a su secretario y eso, de entrada, es bueno aunque pueda prestarse a debates. Y ese es el éxito de este joven economista, el eterno sustituto y hoy triunfador con el permiso de doña Susana Díaz, la decepción de un Madina que no entendía nada porque él era el heredero oficial y a los más que buenos resultados de un Pérez Tapias que sigue representando, para muchos, la conciencia natural del PSOE.