MADRID 19 Jul. (OTR/PRESS) -
El tremendismo de cierto columnista proclama que los verdaderos amigos de los palestinos son sus vecinos, y que solo el Estado de Israel, cuya bota militar les aplasta desde hace décadas, es el único que les puede prometer una vida libre y próspera. La de este colega no es una voz aislada entre quienes, ante la masacre que están sufriendo los angustiados habitantes de la franja de Gaza, olvidan la dimensión moral del asunto para endosar cualquier tropelía, cualquier violación del Derecho Internacional, cualquier atropello de los derechos humanos, cualquier comportamiento propio de un Estado terrorista, al derecho de Israel a vivir dentro de unas fronteras seguras.
Hablamos del principio de legítima derecha que, por supuesto, asiste a Israel. Las coordenadas son dos: legalidad y moralidad. Hablamos de barreras morales y legales que no pueden superarse en el uso de la fuerza militar. Eso deroga automáticamente cualquier dictamen basado exclusivamente en el análisis estratégico de la zona o la interpretación del viejo conflicto en el contexto de la política internacional. Se desbordan los límites morales y legales cuando se practica el abuso de poder sobre una relación de fuerzas escandalosamente desigual.
Todos los principios de proporcionalidad y uso selectivo de la fuerza militar saltan por los aires cada vez que Israel responde a una provocación palestina. Lo que empezó con la justa ira de la opinión publica por el alevoso asesinato de tres adolescentes ya va por más de doscientos treinta muertos, todos del mismo lado, civiles en su inmensa mayoría que habitan la franja de Gaza. Solo por lanzamiento de misiles, a la espera de saber si se cumple la amenaza de invasión terrestre, de la que ya tuvimos un amago este viernes.
Y lo más irritante es la mirada distraída de los llamados países civilizados. Nadie en nuestro entorno europeo parece dispuesto a dar el salto hacia la orilla moral del río que nos lleva. Si acaso, unos cuantos análisis oportunistas en la clave habitual, o sea, el derecho a existir de Israel como pretexto para el ejercicio del bandidaje internacional, y unos cientos de muertos palestinos más en la letra pequeña de los medios de comunicación.
Siempre la misma respuesta brutal y desproporcionada a las acciones de hostigamiento. Esta vez, al cobarde asesinato de los tres jóvenes israelíes no siguió la respuesta justa y selectiva anunciada por el primer ministro, Benjamín Netanyahu, sino la vengativa e indiscriminada acción militar contra seres humanos sin otro blindaje que el luminoso cielo mediterráneo.
Si no pareciese que me tomo a broma la tragedia, recordaría la famosa viñeta de Gila donde un señor apuñala a otro mientras un tercero le reconviene: "Pero, hombre, deje ya de darle puñaladas", a lo que el apuñalador responde: "Pues que deje de llamarme asesino".
Y así llevamos casi setenta años, sin que nadie parezca encontrar la forma de conciliar los dos derechos: el de Israel a vivir entre fronteras seguras y el de los palestinos sin una bota militar sobre sus cabezas.