Actualizado 15/10/2010 14:00

Charo Zarzalejos.- Pacto para la Fiesta.

MADRID 15 Oct. (OTR/PRESS) -

Hace ya más de un año, la ministra de Defensa viajo a Washington y vino emocionada y conmovida. Había asistido a una serie de actos en el cementerio de Arlington y pudo presenciar algún acto más de recuerdo y reconocimiento a los soldados muertos; contempló en directo el silencio y ceremonial con el que se izaba la bandera y como todos, al son del himno nacional, ponían la mano en el corazón. La solemnidad de actos en sí mismos sencillos llegan a impresionar y creo que sería difícil encontrar gentes que, en el lugar de la ministra, no hubieran sentido lo mismo que ella. De sobra es sabido el respeto y fervor de los americanos por sus símbolos que llegan incluso a la exageración. No es necesario envolver todo en la bandera nacional para sentirse identificado con ella. Basta con sentirla como propia y respetarla.

No faltan quienes sostienen que los americanos "se pasan", pero ahora, en España, nos estamos dando cuenta de que no llegamos. La ministra ha propuesto un pacto para encontrar un formato adecuado de celebración de la Fiesta Nacional y lo hace a las escasas horas de que los abucheos al presidente estropearan aún más lo que ya fue una celebración lánguideciente.

Pero ¿qué es lo que se quiere pactar? Si lo que se pretende es blindar al presidente _ahora al actual y luego al que venga_ de los abucheos o pitadas, el pacto es absurdo por imposible, salvo que se encierre en una gran urna los actos de celebración. Por el contrario, si lo que se quiere pactar es el formato global de la celebración, estamos hablando de otra cosa que en primera instancia puede salvarse. Es cuestión de echarle imaginación a la coreografía.

Sin embargo, muchos pensamos que no es cuestión solo de coreografía, sino de algo más profundo y de más dificultosa solución. ¿No significa algo que un número importante de presidentes autonómicos no asistan a los actos del día 12? ¿No es verdad que son los representantes del Estado en sus respectivas autonomías? ¿No es arriesgado amparar _como ha hecho el Gobierno_ en la libertad de expresión la quema de banderas o de fotos del Jefe del Estado como ha ocurrido en Cataluña? ¿No es una temeridad relativizar el concepto de Nación?

El deporte se ha encargado de acercar la bandera a todos. A los que atrapados por las telarañas del franquismo, que se adueñó de la bandera y de todo lo que se movía, veían en la enseña a Franco mismo. Y la ha acercado también a los más jóvenes, que libres de malos recuerdos la han ondeado con la naturalidad de quien "naturalmente", sin estridencias, sin afán impositivo, se siente español porque ha nacido en España.

Pero el deporte no lo puede ni debe hacerlo todo. Parece prioritario no despreciar lo solemne, ni minimizar el valor de la liturgia que toda nación que se precie tiene como referente, como punto de encuentro del sentimiento de pertenencia. El fetichismo es nefasto, pero la iconoclastía tiene sus riesgos. Si quieren pactar, que pacten; pero bueno sería comenzar a poner las bases para que ni la ministra ni los demás nos tengamos que emocionar en Arlington o al ver y escuchar como al pie de la mina San José, rescatados, familias y Gobierno, con el casco en mano lo primero que hicieron fue cantar el himno nacional chileno. Igualito que nosotros.

Hoy España es más que una marca para vender aceite de oliva. Es un gran espacio de libertad y, pese a la crisis, de extraordinario bienestar. Como todas las viejas naciones tiene en su historia páginas bien negras, pero muchas, muchísimas, bien excelsas. Tenemos contradicciones y problemas sin resolver, como todo el mundo, pero también más patrimonio que muchos para que la celebración de la Fiesta Nacional se convierta, de verdad, en una celebración.

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