MADRID 12 Jun. (OTR/PRESS) -
Asisto, en el Congreso de los Diputados, al debate que oficializó la ley que sanciona la abdicación formal del Rey Juan Carlos. El país entraba en una especie de interinidad coyuntural, bien protegida por las instituciones -que han funcionado- y por la propia Constitución, con todos sus fallos y lagunas, que son bastantes y que habrá, confío, que subsanar en el inmediato futuro. Me pareció casi esperado el discurso de Mariano Rajoy, al que le faltó un poco de grandeza, pero que fue correcto, y aguardaba con ansia el de Alfredo Pérez Rubalcaba, que se confirmó, pienso, como uno de los grandes parlamentarios de la Cámara.
Era difícil la posición del secretario general de un partido que se define como republicano, pero atado con los compromisos del pacto constitucional suscrito allá por 1978 para facilitar la transición. Alguien cercano a Rubalcaba me dice que las posiciones son básicamente las mismas ahora, cuando una segunda transición se nos evidencia con señales inequívocas, la menor de las cuales no son, desde luego, la abdicación del Rey ni la dimisión del propio Rubalcaba: no es ahora el momento de embarcarse en experimentos como propiciar ese referéndum sobre la República, sino, más bien, de atenerse a aquel pacto constitucional, desde el que se podrá reformar la Constitución.
En el debate parlamentario de este miércoles, animado en los pasillos, para colmo, por el enorme tema de la sucesión en el PSOE, no se cuestionaba la dicotomía Monarquía-República, al menos en teoría, sino la legitimidad de la abdicación de un Rey que fue elogiado por quienes se esperaba y denigrado por los previsibles: allí estaba, en el fondo, ese gran debate larvado sobre la forma del Estado, que Cayo Lara se encargó de plantear en toda su dureza y su grupo, el de IU, de escenificar con pancartas y escarapelas tricolores. Pero, al final, las votaciones son las votaciones y ya está, de hecho, entronizado el futuro Felipe VI, a falta del acto protocolario de jura de la Constitución del próximo día 19.
No cabe desconocer la aportación del PSOE de Rubalcaba a esta consolidación en la sucesión monárquica. El todavía líder de los socialistas ha abierto un frente interno, se ha 'quemado' en su apoyo a esta consolidación. Y, creyéndose en la obligación de marcharse tras el desastroso resultado electoral del pasado 25 de mayo, ha abierto un frente, el de su propia sucesión, que se está llenando de altibajos, de polémicas y de improvisaciones, entre ellas la propia renuncia de la presidenta de la Junta andaluza a encabezar el partido. El proceso de las elecciones primarias me parece, debo decirlo, admirable; debería ser obligatorio para todas las formaciones. Pero la gestión de este proceso está resultando, en el seno del PSOE, algo caótico, y las vacilaciones iniciales de Rubalcaba sobre el método a seguir -congreso o primarias versus congreso y primarias-- no han ayudado a mejorar las cosas.
El debate parlamentario de este miércoles ha dejado clara la importancia que el PSOE, al fin y al cabo el segundo partido en volumen y en escaños, tiene para la estabilidad institucional. Sería bueno que, en primer lugar, los candidatos a ocupar la secretaría general tras el congreso de finales de julio garanticen que ellos también serán garantes de esa estabilidad, sin propiciar aventuras que serían muy, muy peligrosas en estos momentos. Estoy seguro de que tanto Pedro Sánchez como Eduardo Madina, que son los 'finalistas' más probables, tranquilizarán en las próximas horas a los más aprensivos y nos contarán cuáles son sus respectivas 'hojas de ruta', algo sobre lo que, sin duda esperando la decisión final de Díaz, se han mostrado excesivamente cautos hasta ahora.
En cuanto a la presidenta andaluza, creo que ha perdido una oportunidad de anteponer los intereses nacionales, y los de su propio partido a nivel nacional, a los intereses más locales. Cierto que las consideraciones que se pueden hacer sobre su decisión de no enfrentarse a sus compañeros por la secretaría general del PSOE son variadas, y que las valoraciones pueden ser de distinto signo. Pero también es verdad que, con su portazo, ha devaluado a los otros candidatos, que quedan casi como 'sustitutos' porque ha fallado la verdadera protagonista.
Se configura una situación en la que el histórico Partido Socialista corre el riesgo cierto de convertirse en una fuerza política menor, con influencia apenas en Andalucía. Algo que, sin duda, sería malo para casi todo y para casi todos, y creo que Rubalcaba comparte, como es lógico, esta opinión. Para él, yo pediría que su partido de siempre le reserve, en el congreso, la presidencia de la formación socialista, desde la que tendrá escasa capacidad ejecutiva, pero donde se podrían aprovechar su influencia y sus ideas. Y su patriotismo.