MADRID 23 May. (OTR/PRESS) -
La novela psicológica podríamos decir que nace en el XIX, pero hunde sus raíces en el XVIII con "Las cuitas del joven Wether", de Goethe. De ella, del sentimentalismo y del realismo, intentamos vivir los escribidores de novelas que comenzamos en el XX y seguimos en el XXI, sin que un nuevo Joyce haya marcado un rumbo diferente. Y nos sentimos a gusto, porque esa introspección ajena -valga la contradicción- nos permite adentrarnos en universos diferenciados, como los jóvenes, los viejos, las mujeres, los hombres, la adolescencia.... con el obligatorio toque de individualidad.
Puede que por ello, el jacobinismo sobre el machismo que enarbolan muchas personas de escueto bagaje intelectual nos pille escépticos y cansados, porque asoma la patita del maniqueísmo, tan falsa como la enharinada pata del lobo. Es indudable la larga y todavía no terminada historia de la igualdad, pero produce náuseas su utilización demagógica con fines políticos, la perversión de una larga marcha que merece todos los respetos y que suelen ensuciar los y las oportunistas de turno.
Los hombres y las mujeres debemos ser iguales en derechos y en oportunidades, pero no lo somos ni en fisiología, ni en emotividad, ni en psicología. Los chicos no tienen tetas, ni gestan en su útero una vida nueva, ni dan a luz. Eso es evidente, pero debería serlo que la especie está más protegida gracias a la mujer, y que la familia, tan antigua, fue un reparto de tareas que duró miles de años y que nos ha permitido llegar hasta donde estamos.
Cuando en la terapia de grupo, las amigas, tras contarse sus cuitas, concluyen que "a los tíos no hay quién les entienda", no hay mayor ni menor inocencia que cuando los amigos, tras lo mismo, llegan al desenlace teórico de que "a las tías no hay quién las entienda". Merced a esta circunstancia, tan evidente y perdurable como real, seguimos escribiendo novelas.
Existe el machismo, claro, y el maltratador, y el asesino, y la fundamentalista, y la aprovechada que predica la igualdad y emplea las antiguas y tradicionales armas de mujer para promocionarse. Es decir, que hay mujeres y hombres honestos, y hombres y mujeres despreciables. Como siempre.