MADRID, 9 Jul. (OTR/PRESS) -
No se sabe con total exactitud la fecha el encierro de Anna Frank y su familia en la buhardilla de un edificio anexo a la oficina de su padre. Las biografías discuten entre el 9 de julio y el 12. En realidad poco importan unos días mas o menos. Lo cierto es que tal vez hoy, y si no en unos días, se cumplen 74 años del inicio de esa desaparición de las calles de Ámsterdam para esconderse en las habitaciones abandonadas y aisladas de un edificio de oficinas, donde permanecieron ocultos desde 1942 hasta 1944, cuando fueron descubiertos por la Gestapo.
El regalo de un diario por su 13 cumpleaños, pocos días antes de esconderse, le dio a Anna la oportunidad de soñar, de escapar del horror y mostrar al mundo el día a día de ocho personas obligadas a convivir durante más de dos años en unos escasos metros cuadrados.
Anna nace en Alemania en 1929 pero el auge de Hitler y el antisemitismo brutal hacen que se trasladen a Ámsterdam con la esperanza salvarse. La tranquilidad no dura mucho y cuando los nazis invaden Holanda las leyes antijudías se extienden y aplican ante sus ojos. No les queda otra opción que la de esconderse. Junto a su hermana y sus padres, Anna convivió desde el inicio con la familia Van Pels y con Fritz Pfeffer, el dentista que se sumó al grupo algo mas tarde.
Nacía entonces uno de los relatos mas conmovedores jamás escritos. Mas de dos años sin sentir la luz del sol, con la permanente amenaza de ser descubiertos pero con la inocencia de la adolescencia, Anna describe en su diario no sólo el transcurrir de sus días; desnuda su alma de niña y nos hace ver el horror desde sus grandes ojos oscuros. Tan oscuros como fue su destino y el de toda su familia. De los ocho habitantes de "La Casa de Atrás" sólo sobrevivió su padre.
En su Diario, Anna escribe a Kitty, una amiga real o imaginaria para contarle su vida y sus peripecias en ese escondrijo antes de ser descubierta un 4 de agosto de 1944. Narra el desarrollo de la vida cotidiana de ocho personas, arrancadas de la realidad, con tal sencillez y verdad que parece alejarse de la terrible realidad en la que se desarrolla y de la barbarie del momento en el que vive y se descubre en muchas ocasiones como alguien alegre y divertida, con las inquietudes y problemas propios de su edad, de su juventud.
Durante esos dos años en lo que ella denomina "La Casa de Atrás" reciben la ayuda de amigos y vecinos. Comida, ropa y libros, pero sobre todo para Anna son el único contacto con el exterior. Las noticias que llegaban a sus oídos adquieren una perspectiva única, ingenua e infantil y a la vez incomprensible en una mirada inocente, pero siempre clara y objetiva que se juzga a si misma y a los demás con absoluta libertad. Era la única libertad que tenía, la de sus pensamientos.
Su trágico final es el de un final real, el que tiene por desgracia la vida misma. No es salvada en el último momento, no se libra de la muerte, no se trata de una película edulcorada. Es la vida y la muerte de una niña solo por ser judía y es la desgracia que padecieron junto con ella mas de seis millones de personas. Lo cierto es que falleció de tifus en un inmundo campo de exterminio (Bergen Belsen) pocas semanas antes de que fuera liberado por los británicos.
Otto Frank, el padre de Anna, es el único que sobrevive al exterminio de los ocho. Cuando regresa a Ámsterdam le acogen en casa de Miep Gies, que es quien tras la detención de la familia recoge los papeles de Anna. Los escritos sobreviven de milagro, porque la propia Miep confesó que si hubiera leído su contenido los hubiera destruido. Contenían demasiada información comprometida para muchas personas, incluso para ella misma. Anna otorga seudónimos a sus compañeros de encierro, pero cuando su padre recibe los escritos y decide publicarlos le devolverá a su familia sus verdaderos nombres.
La primera edición se publica con el nombre de "La Casa de Atrás" y el mundo entero toma conciencia de lo ocurrido. Desde su publicación ha sido un referente y un éxito. Anna se merecía que al menos se cumpliera ese sueño, el de ser escritora. Lástima que sus profundos ojos negros no pudieran verlo.