MADRID 26 Ene. (OTR/PRESS) -
Desde el sentido común, el no apasionamiento, la creencia más o menos firme -sólo más o menos- de que todos deben pensar que lo mejor para el país es la solución que ofrecen y de que les importa más el conjunto de los ciudadanos que sus propias vanidades, desde todos esos puntos de vista, no resulta nada fácil entender qué está pasando y cuál es el futuro que nos espera. Sobre esto último, el futuro, lo único que sabemos es lo que nos dicen desde Bruselas y que, en palabras llanas, viene a ser algo así como "déjense de cosas raras, lleguen a un acuerdo pronto porque todo iba más o menos bien pero no conviene meterse en aventuras o en inseguridades".
Ya sé que frente a estas advertencias surge la voz poderosa de alguno de los grupos en liza repitiendo lo que en su día proclamaran Varufakis y Tsipras sobre el necesario desafío a esta Europa del euro. El primero da conferencias por ahí y el segundo sigue mandando en Grecia sin haber cumplido prácticamente ni un sola de sus revolucionarias promesas electorales y ya ni siquiera se acuerda nadie él. Es lo que hay.
Y, yendo por orden, no resulta fácil entender que el presidente en funciones pase en 24 horas de anunciar que está dispuesto a asumir su responsabilidad de formar gobierno por encargo del jefe del Estado a declinar -insisto: de la noche a la mañana- ese mandato por razones que ya sabía el día anterior. Si Rajoy no quiere pasar el bochorno de ser derrotado en las dos investiduras, lo mejor que puede hacer es retirarse pero no un poquito, que es lo que ha hecho, sino retirarse y punto. ¿Qué invento es ese de no formo gobierno pero mantengo mi candidatura? O sí o no. Para un hombre que ha basado toda su campaña en la necesidad de un gobierno serio, sólo cabe entender este absurdo desde una visión partidista mucho más que desde el interés nacional.
Y llegamos al pobre Sánchez -dicho sea con la mayor ternura y sin ninguna maldad- cuya única obsesión se bifurca partiendo de la misma base: que bajo ningún concepto gobierne el partido más votado hasta el extremo de no querer ni siquiera reunirse con él aunque sea por educación y llegar a la presidencia como sea y con quien sea porque es la única forma que tiene para salvar su carrera política. Empezó negándose a cualquier pacto con el populismo de Podemos y veía en Ciudadanos una especie de continuidad del PP; pasó luego a decir que tenían muchos puntos en común con los morados y tras ser humillado públicamente (él y el PSOE) por Pablo Iglesias y espoleado por las vieja guardia del Socialismo serio, dio nuevamente marcha atrás y ahora empieza a ver con buenos ojos a Ciudadanos.
Tercera fuerza en discordia: Podemos. Sobre Podemos no me atrevo a escribir nada porque es posible que dentro de dos horas haya cambiado su discurso sobre la casta, el PSOE, Bruselas, los ministros que quiere, la vicepresidencia que exige o la calidad de los abrigos de las periodistas. Podemos es un sobresalto de soberbia que se ha pasado de rosca y que aún tiene que aclarar muchas cosas: desde sus propias cuentas a cómo piensa ir por libre en Europa.
Y luego está Ciudadanos con su Albert Rivera jugando un papel que en España nunca ha tenido mucho éxito: el del hombre bueno que trata de pacificar una pelea. Tiene la buena voluntad pero le faltan votos para ser decisivo y, desgraciadamente, aquí y ahora la buena voluntad es un valor que no cotiza.
No creo que hoy por hoy ni el jefe del Estado ni ninguno de los protagonistas de esta lamentable historia de vanidades sepan realmente qué va a pasar con España. Dudo incluso que se negocie entre cajas. Lo que sí sé es que el escenario está vacío y el público a punto de cansarse de este espectacular y egoísta no-espectáculo