MADRID 26 Sep. (OTR/PRESS) -
Es hora de reflexionar; cierto que esta jornada de silencio oficial resulta más metafórica que útil, pero tal vez en esta ocasión merezca la pena de verdad pararse un momento y pensar no sólo en el significado del voto de cada uno sino, sobre todo, en la abstención y lo que eso significa.
La mayoría de los españoles sensatos no podemos estar en contra la sentimentalidad y cada cual nace y se siente de donde quiere. Por edad y convencimiento pertenezco a esa generación que aspirábamos a ser ciudadanos del mundo frente a una patria impuesta por decreto, que no queríamos ser la reserva espiritual de nada ni de nadie y que estábamos hartos de sentirnos -sin sentirnos- una unidad de destino en lo universal. Sólo pretendíamos ser eso, ciudadanos libres en una Europa libre y democrática. Pero no era posible y aun tuvimos que asistir entre el dolor, el miedo y la vergüenza a los últimos fusilamientos del franquismo cuyo aniversario coincide desgraciadamente con el 27-S.
Han pasado muchas cosas desde entonces, tantas, que contemplamos ahora muchos de nosotros con cierta perplejidad y tristeza hechos impensables cuando "la unidad de los hombres y las tierras de España" se habían convertido en una frase retórica de un pensamiento y un movimiento únicos. Pero pasa con esto lo mismo que con la bandera: ni lo uno ni la otra son de propiedad franquista. Manipular la realidad resulta inevitablemente absurdo porque no se pueden hacer trucos con Historia. Las cosas son como son y negarlas una y otra vez no va a hacer que cambien.
Me parece bien -quiero decir que respeto- que Mas y los suyos aspiren a independizarse de España, pero no pueden mentir y lo están haciendo. Tergiversan la Historia, se inventan agravios, niegan lo que es evidente y repiten hasta la saciedad los líderes europeos y prometen un paraíso de bienestar cuando cualquier economista sabe que de esa ensoñación solo puede salir más pobreza para todos.
Cuando Tsipras convocó aquel referéndum sobre cómo tratar con la UE, dije que lo mejor que le podía pasar era perderlo; pero lo ganó y tuvo que desdecirse de todas sus promesas imposibles, negociar a la baja y disfrazar el fracaso. No sé qué pensarán Mas y los suyos, pero lo mejor que podría pasarles es que no tuvieran mayoría en el 27-S y a partir de esa derrota comenzar de verdad a negociar todo lo que sea negociable. Si pierde el sentido común y la coherencia y se termina imponiendo la sentimentalidad acrítica, los problemas van a hacer cola en las puertas de Cataluña que, para el mundo, seguirá formando parte de España por mucha declaración solemne que se haga en su Parlamento. Una declaración que, además, sería tramposa porque ninguno de los soberanistas podría afirmar que la mayoría de los catalanes respaldan su pensamiento; ganaran -si ganan- en escaños, pero la mayoría de los catalanes, tomados de uno en uno si se confirman las encuestas, la mayoría de los catalanes, insisto. Habrá votado en contra de la segregación.
Por eso es importante reflexionar no sólo el voto sino el no-voto, la abstención que, en este caso, no estaría moralmente justificada ni significaría otra cosa que el desentendimiento de la realidad que unos quieren imponer llamando a las cosas de forma indebida: aquí no plebiscitos que valgan y estas elecciones no son más que lo son pero unos se han sacado de la chistera el halcón del desencuentro en lugar de la paloma y al final han logrado su primer propósito: hacer creer que es lo que no es. Aun están a tiempo los ciudadanos de que el halcón no vuele. Solo se trata de reflexionar, con la razón, qué futuro real, no imaginado, quieren para todos.