MADRID 13 Feb. (OTR/PRESS) -
Ignoro si es verdad que nueve de cada diez dentistas consultados recomiendan una determinada marca de pasta dentífrica, pero cada día compruebo sin ser el CIS que nueve de cada diez ciudadanos coinciden en una cosa: "les importamos un bledo, ellos van a lo suyo". Y naturalmente "ellos" son los partidos políticos y sus líderes y "lo suyo" es llegar al poder o estar lo más cerca posible. Y esa sensación cada vez se va generalizando más entre la gente no fanática e incluyo en ese desencanto a muchos simpatizantes -no sé si con carnet o no- de formaciones de toda la vida pero también de eso que hemos dado en llamar emergentes que despertaron la ilusión de un cambio pero que una vez instalados parecen formar parte de lo ellos mismos denominaron una y otra vez "la casta".
Y es que el paisaje que se ve desde la calle después de la batalla de las urnas, no invita ciertamente al optimismo. No es necesario repetir una vez más -llevamos echando cuentas desde hace muchos días- las imposibles alianzas de unos y de otros, no es necesario reflexionar sobre hasta qué punto los partidos son capaces de desdecirse de lo dicho con tal de conseguir sus objetivos ni es necesario ahondar en las hemerotecas, hoy al alcance de cualquiera gracias a las nuevas tecnologías, para parpadear ante los cambios de discurso de los líderes y sus afines. Comparto con nueve de cada diez ciudadanos ese sentimiento de vergüenza y, lo que es peor, de abandono y traición por parte de quienes nos prometían unas cosas y ahora están dispuestos a hacer casi lo contrario.
¿Cómo creer que Rajoy quiere acabar con la corrupción cuando blinda a la ex alcaldesa de Valencia cuya corporación está prácticamente toda ella imputada en un presunto escándalo de financiación ilegal? ¿Cómo pasar de puntillas por el segundo registro de la policía en la sede del PP? ¿Cómo creer a un Sánchez que se deja humillar con una sonrisa beatífica por Podemos y que sabe que su único futuro político está en alcanzar el poder a costa de lo que sea? ¿Cómo no preguntarse qué ha pasado con el escándalo los ERES de Andalucía? ¿Cómo aceptar -con YouTube en el móvil- las mil caras de Podemos antes, durante y después de las elecciones? ¿Cómo fiarse de un partido que considera un peligro la existencia de medios de comunicación privados y que ha olvidado en un ataque de amnesia repentina lo que está haciendo el amigo Tsipras en Grecia? Sólo Ciudadanos se salva de esta quema porque su papel, siendo importante, no es definitivo; pero también convendría recordarles que es muy difícil -como decían los Santos Evangelios- servir a dos señores, PSOE en Andalucía y PP en Madrid.
Y todo esto sin entrar a fondo en lo verdaderamente importante que no es lo inmediato, claro, sino el medio plazo. ¿Qué va a ser de este país con un gobierno en el que Errejón, por ejemplo, que tiene todo mis respetos pero ninguna de mis confianzas, fuera ministro del Interior? ¿Qué va a ser de este país si un gobierno vuelve a intentar echar un pulso a la política comunitaria como lo echó Tispras -y estas cosas hay que repetirlas- y ya ha subido todos los impuesto, bajado las pensiones y eliminados los subsidios? ¿Qué va a ser de este país si el Partido Popular, el más votado, sigue en mitad de la escalera amagando sin dar la cara ni en los tribunales que juzgan la corrupción ni en los encargos para presentarse a una investidura?
Hay quien lo fía todo a una nuevas elecciones, pero será más de los mismo y, mientras, la inversión paralizada, la prima de riesgo subiendo cada día, el IBEX que no levanta cabeza y los nacionalistas, como quien no quiere la cosa, siguiendo su hoja de ruta y poniendo un precio cada vez más alto a sus apoyos.
Nueve de cada diez españoles sin necesidad de ser consultados, están hasta el gorro de este politiqueo que los arrincona después de haber votado.