MADRID 13 Dic. (OTR/PRESS) -
Hay días en lo que uno no debería amanecer, abrir los periódicos, leer las noticias. Tal vez no sea mi mejor día o tal vez tengo la copa de la tolerancia tan llena que una gota de más rebosa y enfanga un viernes que debería ser como cualquier otro. Pero no ha sido así. Leo abrumado que el fiscal ha aumentado los días de cárcel para la madre sordomuda que le dio un soplamocos a su hijo después de que éste le tirara una zapatilla a la cabeza: ahora pide 67 días de cárcel para la madre y un año de separación del hijo. Yo quiero que se actualice la figura del desacato y que me acusen junto a esa madre, quiero que me detenga la policía por algún que otro cachete que le propiné a mi hijo en su momento y que me condenen también y me encarcelen y me separen; quiero, en definitiva, participar de ese disparate que han puesto en pie la señora jueza y el señor fiscal y que ha escandalizado a toda la sociedad, a los medios de comunicación, a muchísimos juristas y a instituciones como el defensor del menor. Y que no me vengan con pamplinas de que aplican la ley y que si la ley no gusta no son ellos los responsables; cierto que la nueva ley no me gusta nada pero no menos cierto que es misión del juez interpretarla y ajustarla a las circunstancias. Y no sólo no lo han hecho sino que una vez producido el escándalo social de la primera sentencia, va el señor fiscal y pide un aumento de la condena porque encuentra un agravante que no se tomó en cuenta. ¿De qué va todo esto? ¿A qué viene esta banderilla negra del fiscal el la cerviz de una sociedad atónita frente a una sentencia incomprensible? Son pequeños dioses en sus juzgados y de nada sirve el clamor de la gente: mientras el pueblo -que es quien les delega su derecho a impartir justicia- llora y no entiende, ellos, algunos, deciden y sentencian y condenan no ya a la madre sino también al hijo a un absurdo incomprensible como es el de la separación por un año de madre e hijo. Hay días en los que da mucha pena leer cómo funciona el poder judicial.
Y pasas la página y mientras la pena sigue dentro, nace el cabreo por culpa de una cesta de navidad de mil euros que la Cámara de Comercio de Madrid envía a los miembros del pleno pagada por unas empresitas -la mayoría- que OBLIGATORIAMENTE por el hecho de ser sociedades inscritas, abonan su cuota a una Cámara de la que nunca han recibido nada, que no les sirve para nada, que es como una reliquia desfasada pero inasequible al cobro -insisto: o-bli-ga-to-rio- para toda empresa por pequeña que sea. Cuando yo tuve una pequeñísma productora, hace ya muchos años, escribí a la Cámara y me declaré insumiso. Nunca pagué esa especie de impuesto -que no voy a calificar porque la palabra que me sale no me gusta- de forma que la Cámara sistemáticamente me embargaba una y otra vez y, naturalmente, terminaba cobrándome no se sabe exactamente a cambio de qué. Tal vez me costara más, pero el gustazo de no pagar algo tan injusto y tan añejo, no me lo ha quitado nadie. Ahora me doy aun más la razón: con lo que pagamos -por decreto- los infelices, se regalan ellos jamones, televisores y Chivas por Navidad. No es un mal negocio. Podrían, de paso, enviar un DVD de la película "Gomorra".
Y luego lo de la Vuelta a España: ni PNV, ni EA, naturalmente menos aun el PCTV, pero tampoco EB, quieren que la vuelta ciclista pase por Euskadi, porque "Euskadi no es España". Pues vale, que no pase, tampoco parece que vayan a temblar las estructuras. Sólo advertir a IU sobre su EB: con madrazos como este, no sólo no van a salir de sus crisis sino que les va a sobrar hasta la I de Izquierda.
Andrés Aberasturi.