MADRID, 15 Oct. (OTR/PRESS) -
Con más contundencia que el PSOE, siempre cosido al discurso de la "tolerancia cero" frente a los corruptos, la izquierda plurinacional y descolonizadora que forma parte del Gobierno (Sumar y el ya emancipado Podemos) también han hecho suyo el principio de su incompatibilidad con la corrupción.
Si fuera cierto, nunca como ahora habría estado tan en el aire el futuro de la legislatura. Se nota que el enlatado lema del "gobierno para rato" cede terreno frente a quienes sostienen que ha comenzado la cuenta atrás de Sánchez. Se admiten apuestas. Todo depende del vuelo que le espera a la truculenta historia contenida en el informe de la UCO sobre la trama que se infiltró en el poder inversor del Estado (Ministerio de Fomento, cuando el titular era el ya exministro Ábalos) con la insana pretensión de redondear el patrimonio personal de sus principales actores.
Unos se forraban con comisiones derivadas de las contrataciones públicas (Koldo García, Víctor de Aldama). Y otros, con la externalización de los costes derivados de ciertas actividades recreativas, como es el caso de José Luis Ábalos. Un verdadero "agujero negro en el corazón del sanchismo", como ha titulado un medio habitualmente próximo al Gobierno. He ahí un indicio de que el escándalo no está acotado judicial ni políticamente, salvo que la Guardia Civil fabrique fango y los medios de comunicación sean unos incorregibles difusores de bulos. No parece.
En todo caso, me atengo al propio relato del Gobierno cuando admite que el destronamiento de Ábalos, se produjo al saberse de sus malas prácticas. Pero ese mismo relato oficial incluye la ignorancia del presidente Sánchez respecto a esas prácticas. Lo que a su vez choca con la supuesta "rapidez, contundencia y transparencia" de las decisiones ante un comportamiento rayano en la corrupción.
¿Por qué ha esperado ocho meses para decirlo? ¿Y por qué antes de la primera caída (cese de ministro y de fontanero mayor del PSOE en 2021) Sánchez ensalzó la conducta de Ábalos por haber evitado una crisis diplomática a sabiendas de que se estaba cometiendo una irregularidad en la cita furtiva de este con la vicepresidenta de Venezuela en Barajas?
Las interrogantes encadenadas, esas y muchas más, clavetean la sospecha de que Sánchez es un mentiroso. Pero las mentiras y las contradicciones se le están viniendo encima. Mencionó una más: la de su compromiso de colaboración con la justicia para acabar con la corrupción porque "el que la hace la paga". ¿Cómo conciliar tan virtuosa declaración de fe en el poder judicial con su querella contra un juez que, en el ejercicio de su aforada función, tiene abierta una causa contra su esposa?
Credibilidad. Se llama credibilidad. Y me parece que la del esposo de Begoña Gómez amenaza ruina.