MADRID 7 Nov. (OTR/PRESS) -
¿Se imaginan ustedes a Sánchez pidiendo a los socialistas que apunten sus rifles hacia la cara de García Page, solo porque el presidente de Castilla-La Mancha se ha convertido en un cuerpo extraño del PSOE? ¿A alguien se le pasa por la cabeza que un camorrista, xenófobo y delincuente convicto se presente a unas elecciones y las gane en la España de 2021?
Liz Cheney, hija del exvicepresidente Dick Cheney, ambos renombrados exponentes del Partido Republicano, el de Trump, acreditan que lo primero es perfectamente posible en los Estados Unidos, hermano mayor de los países demócratas en todo el mundo. Y de lo segundo es prueba reciente, verificada y verificable, el desalentador resultado de las elecciones del 5 de noviembre (para quienes así lo creemos, claro).
Ni lo uno ni lo otro es imaginable hoy por hoy en ninguno de los países de la Unión Europea, aunque no descartemos ese indeseable horizonte si el populismo gana terreno mientras seguimos avanzando en el descrédito de las instituciones, las reyertas partidistas y la desafección de las opiniones públicas respecto al desempeño de las clases dirigentes.
Entre el fiscal y el delincuente, los estadounidenses optaron por el delincuente. El recuento no engaña en el voto popular ni en los llamados "electorales" (compromisarios). La mayoría comparte el discurso bárbaro de Trump. El fango populista se cierne sobre el país tantas veces tomado como modelo de país civilizado.
Hay riesgo de ruptura en los cauces construidos tras la segunda guerra mundial en nombre de la paz y el progreso de los pueblos: multilateralismo, renuncia a la guerra, respeto a los derechos humanos y la general aceptación de que el capitalismo produce y el socialismo reparte. Y esa es muy mala noticia para la Europa de las tres colinas (Acrópolis, Capitolio y Gólgota).
Un autócrata de modales toscos y violentos (en contra del aborto pero encantado con el uso libre de las armas de fuego) volverá a la Casa Blanca el 20 de enero. Y no se si es o no casualidad, pero el dictamen de las urnas americanas ha coincidido con la desarticulación de una célula neonazi ("Separatistas sajones", se hacen llamar) que planeaba un golpe de Estado para reponer las ideas de Adolf Hitler en una parte del país.
De nuevo procede recurrir a un lugar común forjado en nuestro siglo XX problemático y febril: si la democracia se embarra en los Estados Unidos también se acabará embarrando en el Viejo Continente. Ya vamos camino de empatar en reyertas de partido, si bien de momento España solo es un pálido reflejo de los insultos personales que se han intercambiado Donald Trump y Kamala Harris durante la campaña electoral. Verbigracia: "fascista", "vaga", "machista", "estúpida", "racista", "inestable", "desquiciado". Y así sucesivamente. (Lo siento, hoy tengo un mal día)