MADRID 28 Jul. (OTR/PRESS) -
Ni Ordóñez ni Rato nos sacaron de dudas respecto al desastre de Bankia en particular y nuestro sistema financiero en general. Ese es el resultado de su paso por la Comisión de Economía del Congreso a efectos informativos. El exgobernador del Banco de España, que era el primer regulador, y el expresidente de la cuarta entidad bancaria de España, que era su primer gestor, nos han tomado el pelo. O, por ser más precisos, les han tomado el pelo a los casi 400.000 ahorradores que respondieron a la salida a Bolsa de Bankia confiando en el prestigio de Rato y la diligencia profesional del organismo supervisor.
Ni el menor asomo de autocrítica en la intervención de Ordóñez el martes pasado. Según él, eso de la autocrítica es cosa de la Inquisición y de los comunistas. Con esa excusa, se limitó a hacer alusiones genéricas a las causas del escándalo. Por ejemplo: poner en solfa el trabajo del supervisor, lavar en público los trapos sucios de la Banca o mangonear desde el Gobierno para destituir a una personalidad de prestigio internacional. Referencia a Rodrigo Rato desmentida por el interesado el jueves por la mañana, cuando le tocó comparecer ante la dicha Comisión, donde no habló de destitución sino de dimisión.
Fernández Ordóñez se dedicó a echar balones fuera so pretexto de que no es sano buscar culpables. Una forma de escurrir el bulto. En el caso de Rato también nos quedamos en ayunas a la hora de explicarnos, o que nos expliquen, cómo pudo Bankia pasar en 20 días de ser una entidad solvente a necesitar un salvavidas 19.000 millones de euros.
"Pregúntele usted a los nuevos gestores y al Ministerio de Economía", respondió el exgobernador al diputado Sánchez Llibre (CiU). Mucho más sofisticado, Rodrigo Rato nos vino a decir que todo ha sido una especie de accidente. O, en todo caso, por causas ajenas a su voluntad. A saber: crisis económica, erróneas previsiones de organismos internacionales, mangoneo del Banco de España (fusión con Bancaja), incompetencia de las auditoras (salida a Bolsa) y empeño obsesivo de los Gobiernos en cambiar la normativa según soplaba el viento.
Algo sí ha cambiado después de escuchar a ambos. Ha crecido un poco más el desapego de los ciudadanos respecto a una clase dirigente incapaz de asumir responsabilidades o, simplemente, reconocer una decisión equivocada. A los ciudadanos les piden sacrificios concretos y les dan explicaciones abstractas. Rato acudió al templo de la soberanía nacional a decir que él hizo las cosas bien y que su gestión no tuvo coste para el contribuyente. Ni siquiera se molestó en elegir una forma más elegante de insultar la inteligencia.
Solo a la hora de explicar cómo es posible pasar en 20 días de unos beneficios declarados de 306 millones de euros a un agujero contabilizado de 3.000 millones recurrió al eufemismo: "No hay tal agujero sino cambios de criterio contable. No son pérdidas ni agujeros sino adelantos de deterioros futuros". Como si una de las causas del desastre hubiera sido la manía de llevar al BOE continuos cambios en los niveles de capitalización o provisión de riesgos bancarios.