MADRID 17 Ene. (OTR/PRESS) -
Ocho meses más de inestabilidad y estéril derroche de energía es el precio de la renovada escenificación de la Cataluña irreal que prepara el president. Es el tiempo que falta hasta las elecciones "plebiscitarias" anunciadas por Artur Mas para el próximo 27 de septiembre. En el fondo es la lucha entre Mas y Junqueras por la hegemonía nacionalista lo que se superpone a la causa del soberanismo, cuya ruptura se ha ido consumando durante las últimas semanas.
A los dos caudillos del nacionalismo catalán les importa el poder antes que cualquier otra cosa. Hasta el pasado 9 de noviembre, cuando se llevó a cabo aquel referéndum de usar y tirar, al líder de ERC, Oriol Junqueras, ya le iba bien que Mas no dejara de mover el árbol. Pero no podía permitir que se quedase con las nueces el jefe de un partido tan de derechas como CDC, burgués, amante del orden y sediento de centralidad.
Lo que tocaba, pues, era medir fuerzas en las urnas y actuar como cualquier político, catalán o no catalán, cuya misión en la vida es conquistar el poder, como en el caso de Junqueras, o conservarlo, como en el caso de Mas. Y tocaba hacerlo lo antes posible. Cada uno puso sus condiciones. La de Mas era ir juntos en una misma lista con apoyos de la sociedad civil y presidida por él. Lógico. Ningún gobernante tiene interés en anticipar la bancarrota de su partido y regalarle el poder al competidor. Pero el competidor no lo aceptó, sabiendo que una lista conjunta CiU-ERC disfrazaría el hundimiento de los convergentes y permitiría a Artur Mas seguir en el poder.
Como el socio republicano se negó a ejercer de costalero e insistió en elecciones anticipadas con el común objetivo independentista pero cada uno por su lado, el president optó por ganar tiempo hasta que se le ocurra algo que recupere impulso independentista, un tanto alicaído tras el esfuerzo inútil del 9-N. Lo que pasa es que ahora lo va a tener mucho más difícil. Por muchas razones. Una de ellas, la formidable irrupción de Podemos en el mapa político catalán. Véase cual fue la reacción de los nacionalistas después del desembarco de Pablo Iglesias en Barcelona. El propio Oriol Junqueras hizo una maliciosa equiparación de Podemos con el PP, como si formasen parte del mismo dique anticatalán. Sigue la misma lógica que si desde el otro lado se equiparase a ERC con CDC en el mismo manto protector de la corrupción nacionalista. La prueba sería la negativa de ERC a que Artur Mas, declare ante la comisión parlamentaria que investiga las trapacerías financieras del ex molt honorable Jordi Pujol.
El tiempo corre en contra del soberanismo impaciente. No sólo es la bifurcación de caminos entre Mas y Junqueras. También cuenta el empapelamiento judicial del president, el despertar de los catalanes no abducidos por la ensoñación independentista, el cansancio en las propias filas del segregacionismo, la creciente percepción de que la Generalitat no se ocupa de los problemas cotidianos de los catalanes o los cambios que se avecinan en la orografía electoral española.