MADRID 3 Dic. (OTR/PRESS) -
Los abominables crímenes de Alcasser llevaron a determinados medios de comunicación y a ciertas cadenas televisivas a traspasar todas las líneas éticas y deslizarse por la morbosidad más indigna. Hay un antes y un después de aquello en el periodismo y para no pocos de los que nos dedicamos a esta profesión una profunda sensación de vergüenza y repugnancia.
Pues bien, la puesta en libertad del asesino convicto Miguel Ricart ha vuelto a alentar aquellas tentaciones y a provocar el temor que no sólo se recayera en aquellas prácticas sino que se llegara aún más lejos en la ignominia. Por fortuna, y por el momento, parece que la presión de la sociedad ejercida a través de las redes sociales y el convencimiento de que la repulsa contra quien fuera por tan escabroso camino sería muy perjudicial para las cadenas que ofrecieran espacio, altavoz y hasta compensación económica al violador, torturador y asesino, les han hecho meditar y rectificar aun cuando ya se habían iniciado contactos y hasta efectuado un traslado hasta Madrid del criminal.
Por el momento, y en el caso de Ricart. Pero mucho me temo que en cualquier momento, él u otro de los asesinos múltiples, violadores homicidas o terroristas sin un ápice de arrepentimiento, excarcelados por el fin impuesto por Estrasburgo de la "doctrina Parot" aparezcan por los platós y hasta se hagan visitantes asiduos de los mismos. Lo temo y creo que hay razones para temerlo en el proceso cierto de envilecimiento y carencia absoluta de los mínimos principios deontológico que presiden ciertos espacios, que no solo retroceden sino que alardean y se enorgullecen de ello.
Pero sí me permito cierta esperanza. La ciudadanía ha aprendido caminos para reaccionar ante ello. Y ha logrado, tanto en esta ocasión como en aquella que culminó con la desaparición a la postre de uno de esos programas y por un motivo muy similar al actual, que los dirigentes de los medios miren más allá del share y sepan que la sociedad tiene resortes y sabe activarlos si algo provoca su repulsión y revuelve las tripas y el corazón del común de las gentes. Como lo que se pretendía con Ricart, por ejemplo.