MADRID 5 Jul. (OTR/PRESS) -
El vasco Fernando García de Cortázar ha sido uno de los españoles más cabales que he tenido el privilegio de conocer y hasta de poder considerarme amigo. Era de Bilbao, jesuita, historiador y escritor. Y, además, un valiente.
Sin duda, y ahí está su mantenido impacto y lectura, su libro "Breve Historia de España" (1994) es la obra de divulgación histórica, rigurosa, amena y didáctica que más ha influido en el reencuentro de los españoles con su pasado. Su enorme bagaje intelectual y su profundo conocimiento de la materia le permitió demoler la monserga negacionista tan de moda y cacareada con tanto empeño como falta de argumentos. Con enorme solidez y al tiempo de manera maravillosamente asequible supo compendiar lo esencial y detenerse en los momentos trascendentales y en los periodos donde el pensamiento español fue luz del saber y la filosofía mundiales, los momento gloriosos de la escuela de Salamanca, su referente mayor.
Decenas de libros son su bagaje. Amén del reseñado, me permito aconsejarles dos. Viaje por el corazón de España y Paisajes de la Historia de España, su última publicación del este año pasado. Porque a Fernando la muerte lo encontró escribiendo. Fue miembro desde su comienzo de la Asociación de Escritores con la Historia y tuvimos el privilegio de poder contar con él en algunos de los ciclos de difusión histórica más importantes.
Sus principios éticos y morales, sus valores y su amor por la verdad, le llevó a ser protagonista de las batallas más duras y difíciles que jamás rehuyó. En los años del plomo etarra, de muerte, terror, miedo y no poca cobardía también de aquella sociedad vasca él fue uno de los pocos referentes que levanto la voz, uno de los de aquel puñado de valientes que se atrevían a plantar cara a los asesinos, a sus cómplices, a quienes se aprovechaban de sus crímenes, a quienes trufados por la ideología o a los que miraban para otro lado y no ser señalado. Cuantas veces y en cuantos momentos casi solitario él estuvo donde la decencia señalaba que era ineludible estar. Fuera en la calle, en sus escritos o hasta en una sacristía ante alguno de aquellos obispos que ante el cadáver de asesinado pretendían mantener y poner equidistancia entre el verdugo y su víctima. Es más, con reptilesca simpatía y cercanía emocional con los primeros y sinuoso desapego contra el segundo.
Sé que el dolor que García de Cortázar se ha llevado a la tumba tiene que ver con esto. Con el intento, ahora apoyado por el propio Gobierno de PSOE-Podemos, aliado con los herederos ideológicos de los etarras, de tergiversar la memoria de esos tiempos, de borrar los terribles crimines cometidos y convertir en héroes a los asesinos. Convertir la más vil y repulsiva de las mentiras, a través del borrado de la memoria aunque bauticen con ese nombre la ley, en la verdad oficial y adoctrinar con ella a las nuevas generaciones de españoles.
No tengo ninguna duda que Fernando hubiera estado, como siempre estuvo, enfrente de ello también. Habrá pues que tomarlo como ejemplo y no consentir tal insulto a la memoria de las víctimas y a la verdad.