MADRID 7 Ene. (OTR/PRESS) -
Muchos de quienes no quieren comprometerse contra la masacre que está llevando a cabo el Ejército de Israel en Gaza hablan de "guerra justa" en respuesta a las agresiones y a la suspensión del alto el fuego de Hamás. Es una forma cínica de quitarse de en medio en la siempre complicada encomienda de criticar al Estado hebreo. Israel es demasiado fuerte para oponerse y la aplicación de la etiqueta de antisionista atemoriza a muchos.
La desproporción de la respuesta le quita cualquier legitimidad a la pretensión de ejercicio de defensa. Se trata del Ejército más sofisticado del mundo frente a un puñado de combatientes fanáticos. Pero esa es una ecuación falsa, porque lo que late en toda la política de Israel, con escasas excepciones desde su fundación, es la guerra como metodología de control y dominación en la ampliación de sus territorios. Israel, por sistema, no respeta la legalidad internacional y ha conseguido la protección permanente de Estados Unidos en su impunidad frente a las normas democráticas que rigen el mundo civilizado. Y el conjunto de la sociedad internacional se ha acostumbrado y ha aceptado que la brutalidad de Israel esté justificada por su supuesto derecho de defensa. La ausencia de proporcionalidad tira por tierra esa pretensión.
¿Cómo se mide el odio que siembra Israel como arma para el futuro? Hay silencio cómplice, espeso e insoportable porque el lobby judío es poderoso en todos los sectores de la economía y las comunicaciones. Por eso asistimos a la masacre de Gaza con aspavientos comedidos de la diplomacia mundial que esperan a que el Ejército de Israel termine su trabajo para dar por concluida una etapa más de la desaparición del pueblo palestino. Luego vendrá el simulacro de una negociación y dádivas miserables para fingir la reconstrucción de lo que ni siquiera existía.
Porque de eso se trata: de hacer inviable la existencia de un Estado palestino libre. La guerra es sólo la expresión más cruel del exterminio de un pueblo al que se le niega la existencia. Hamás es sólo el fanático instrumento de una torpe coartada en la que sus provocaciones son la excusa que necesita Israel para ejercitar la ignominia de su hegemonía. Los muertos son mujeres y niños en su mayoría.
Carlos Carnicero