MADRID 1 Nov. (OTR/PRESS) -
Hay momentos, tanto en las vidas personales como colectivas, en las que el dolor, la perplejidad, la impotencia, no encuentran las palabras en que quepan estos sentimientos. Uno de estos momentos los estamos viviendo en una España, que está de luto por el horror que acecha a la Comunidad Valenciana y a otras tierras de nuestro país.
¿Cómo es posible tanto desastre?. ¿Cómo es posible tanto sufrimiento, tanto dolor?. Como es posible que la naturaleza desbocada e indomita provoque tanta desolación?. Ya vamos sabiendo que lo inimaginable es posible y ante esta realidad cuyas consecuencias últimas aún están por determinar la primera decisión debe ser el respeto a los que más sufren, la empatía con quienes han perdido a seres queridos y compartir la esperanza de aquellos que aún confían en encontrar con vida a los desaparecidos.
A partir de aquí y cuando el luto acabe, cuando hayamos podido asimilar, si es que se puede, tanta desgracia personal y material, se impone la conversación política que no la confrontación. Conversación para examinar los fallos que sin duda se han producido, conversación para restablecer infraestructuras y para evaluar cómo se pueden hacer las cosas mejor. Para que ello sea posible, para que la conversación política sea fructífera, para que nuestros responsables políticos no nos abochornen con el y tu más, con acusaciones burdas y, muy al contrario, se pongan manos a la obra para una leal cooperación. En solitario, ni el Gobierno de España ni los gobiernos autonómicos pueden con todo el drama que nos tiene el corazón encogido.
De esto ya hemos tenido bastante cuando Rufián se lanzó en picado a acusar a Mazón de haber eliminado la supuesta unidad de emergencia valenciana, cuando en realidad nunca llegó a crearse, cuando hemos escuchado que los diputados no achican agua y por ello se lanzan a aprobar el decreto sobre RTVE como si no hubiera un mañana. Lamentable.
Todos, políticos y periodistas, debemos tener presente y muy en primera fila a toda esa buena gente que aún habiendo perdido todo celebran que están con vida. De esos buenos vecinos que acuden en ayuda del que está en peligro y que han compartido comida y abrigo. Ellos deben ser nuestros referentes y huir de la mezquindad política, del sectarismo, del enfrentamiento estéril. No se trata de eludir el debate, ni de anular la crítica y las diferencias y ni mucho menos de renunciar a la exigencia de responsabilidades. Podrán producirse más danas, más desastres desastres naturales. Lo que no puede volver a ocurrir es que tengamos en pleno siglo XXI y siendo la cuarta economía de la Unión Europea, consecuencias más propias de un país tercermundista que de un país como el nuestro, sabiendo, eso si, que cuando la naturaleza se encabrita se convierte en un animal feroz e insaciable que puede vencer a la inteligencia humana, a la previsión más exacta.
Hay momentos en los que escribir es llorar y este es uno de ellos.