MADRID 25 Oct. (OTR/PRESS) -
Filtradas que han sido a la prensa las declaraciones de Miguel Blesa y de Rodrigo Rato ante el juez del Juzgado Central de Instrucción en relación con el caso de las famosas "tarjetas negras" de Cajamadrid, el estupor de la ciudadanía ante la arrogancia de estos dos personajes ha subido algunos grados. Roza la indignación. La displicencia con la que el primero de ellos respondía al fiscal pasará a las antologías. No se sentía responsable de nada. Cuando presidía la caja, no daba órdenes: se limitaba a decir que "se tramitasen" los asuntos. No sabía nada, ni de las tarjetas ni de su naturaleza. Pese a su condición de inspector de Hacienda, por no saber, no sabía que toda cantidad de dinero percibida está sujeta a retenciones por parte de Hacienda. Llegó a decirle al fiscal que lo ignoraba.
Escuchando a Rato manifestándose en parecidos términos, es inevitable llegar a una conclusión lacerante: hay ciudadanos que creen estar por encima de la ley. Que no va con ellos lo que a los demás obliga. Miguel Blesa, impuesto en la presidencia de Cajamadrid por su amigo José María Aznar, hizo lo que le vino en gana durante los trece años que estuvo al frente de la entidad. Cuando entró en la caja, era el cuarto banco del país tras el Santander, el BBVA y la Caixa. Cuando resignó la poltrona, la caja estaba arruinada. El rescate nos ha costado más de 22.000 millones de euros. La entrada de Rodrigo Rato (impuesto por Mariano Rajoy en pugna con Esperanza Aguirre que patrocinaba a Ignacio González) con la transformación en Bankia, la adquisición de otras cajas y la posterior salida a Bolsa, fue la puntilla. Barco tocado y hundido. Por el camino perpetraron la felonía (ya más que probable estafa) de las preferentes. Productos bancarios engañosos colocados en muchos casos a confiados clientes que les facilitaron los ahorros de toda una vida. Tras dejar atrás semejante desastre lo esperable era una actitud humilde. Pedir perdón por los errores -haber llevado la caja a la bancarrota- y por los abusos: utilizar tarjetas que concedían barra libre y encima eran opacas a los ojos de Hacienda. A una torpeza profesional sin límites -hay un juzgado que instruye sumario intentando averiguar si, además, hubo algún tipo de delito en la concesión de determinados créditos sin garantías y también son sospechosas algunas adquisiciones sobre valoradas en precio- se une la codicia. El uso bulímico de las tarjetas por cuenta de una caja que sabían arruinada. Humildad, ya digo, era lo que cabía esperar. No es eso lo que hemos visto y oído. Soberbia, sí. Mucha. De casta. Esperemos que la Justicia haga justicia y les ponga en su sitio. Qué no se vayan de rositas. Que se acabe la impunidad. Por cierto, todavía estamos esperando que se disculpen quienes en su día les avalaron para ocupar el cargo.