MADRID 30 Oct. (OTR/PRESS) -
El lobo viene disfrazado de encuesta. El avance del estudio sobre intención de voto que está tabulando el CIS parece que ha disparado todas las alarmas. En el Gobierno, en la cúpula del PP y en el PSOE. No es para menos si se confirma que Podemos estaría a poca distancia de los populares tras dejar atrás a los socialistas y pasar por encima de IU. Si los hechos confirman las expectativas estaríamos ante un proceso político sin precedentes.
El fenómeno del auge de Podemos se explica en razón de las circunstancias políticas y sociales por las que atraviesa España. Vivimos un momento en el que lo viejo se resiste a morir y lo nuevo no acaba de nacer. Antonio Gramsci (el teórico comunista italiano, admirado por alguno de los profesores que componen la cúpula de Podemos), definía así los momentos de transición preñados de incertidumbre o abocados a la tragedia, como ocurrió en la Italia de su tiempo.
En la España de nuestros días, lo viejo es el sistema de partidos que a favor de una ley electoral restrictiva y de la hinchazón del poder del Ejecutivo a costa de los restantes poderes del Estado, a lo largo de los últimos treinta años (los del reinado de Juan Carlos I), se ha consolidado en un sistema bipartidista similar al de la Restauración canovista. Sistema en el que el PP y el PSOE se han repartido el poder con el apoyo de los nacionalistas. A los protagonistas y beneficiarios de ese sistema es a lo que estigmatiza Pablo Iglesias, llamándoles "la casta".
Por volver a la aporía de Gramsci, desde la perspectiva de Podemos, ellos representarían lo nuevo. Un partido recién creado a partir del movimiento ciudadano que parece llamado a encauzar el cabreo de la gente ante los recortes traídos por la crisis y la indignación ante la multiplicación de los casos de corrupción. Hasta hace una semana ni siquiera eran un partido político constituido como tal y, sin embargo, los sondeos de intención de voto les colocan a la cabeza de las expectativas electorales dejando atrás a todas las formaciones de la izquierda clásica española: los socialistas, los comunistas de IU y los verdes. Lo llamativo del caso es que desde las filas de la izquierda, algunos de sus líderes -caso de la presidenta de Andalucía Susana Díaz (PSOE) o de Alberto Garzón (diputado comunista por Málaga)-, no consideran a Podemos como un partido de izquierdas. Tal es la confusión que trae la novedad. Lo que nadie puede negar es que sobre el escenario de la política nacional hay un actor nuevo que irrumpe con fuerza. Una fuerza que, al decir de los sondeos, canaliza el hartazgo de muchísima gente ante los abusos de los más privilegiados, abusos que los partidos tradicionales no han querido o sabido cortar. Quizás por eso Podemos está generando tantas expectativas como alarmas. Aunque no van a presentarse a las elecciones municipales, han conseguido que los instalados pidan disculpas por los casos de corrupción. El resultado de un ataque de pánico: han leído las encuestas y le han visto las orejas al lobo.