MADRID 23 Dic. (OTR/PRESS) -
Que tengan que pasar catorce días y toda una vida para que las dos principales fuerzas políticas de este país acuerden cambiar una palabra vergonzante en el artículo 49 de la Constitución, propuesta de reforma que venía coleando desde hace dieciséis años, es una muestra de la inanidad de nuestra clase política, siempre temerosa de tocar lo más mínimo de la Carta Magna por aquello de 'no abrir el melón' a propuestas antisistema, antimonárquicas para más señas. La falta de entendimiento tradicional entre las dos formaciones nacionales mayoritarias raya en el escándalo, y no será regalando libros, como hizo este viernes Sánchez a Núñez Feijoo al iniciarse el encuentro entre ambos, como varíe esta sensación que impera en la ciudadanía de goyesco duelo a garrotazos en las alturas.
Son muchas las cuestiones que separan al PSOE del PP, y no digamos ya cuando a la ecuación se unen Sumar por un lado y Vox por otro, dígase sin ánimo de equiparar. Pero son, pese a las forzadas sonrisas ante los fotógrafos, más las antipatías personales que las diferencias de criterios políticos, con ser estas muchas. Y hay que decir que, si Sánchez está maniatado por sus acuerdos con los independentistas catalanes y vascos -mucho más, claro, que por su férrea alianza con Yolanda Díaz--, Feijoo lo está aún más por sus desacuerdos con un Vox que parece cada día más radicalizado en el peor sentido de la palabra.
Y así, claro, si encima el uno siente una profunda antipatía por el otro, por mucha sonrisa y libro que se regalen de cara a la galería, no se puede llegar a ese gran pacto nacional de cariz regeneracionista que es lo que necesita la nación y lo que demandan, véanse todas las encuestas desde hace quince años, los españoles.
Yo creo que ese gran pacto nacional no lo pueden hacer Sánchez y Feijoo. No están capacitados y, además, están condicionados por sus respectivos 'socios', que tantas veces les obligan a ir más allá de lo que quisieran y de lo que sería prudente y conveniente. Ahora, Feijoo anda pensando, no sin aprensión imagino, en las elecciones autonómicas gallegas, recién convoicadas, y Sánchez andará ya calculando en ómo anunciar los cambios inminentes -la semana próxima_en su Gobierno y en qué papel puede hacer su partido en las elecciones europeas de junio. Y luego están las elecciones vascas y las catalanas. Así que, en un año electoral (más), que nadie piense que puede haber un acuerdo de gran alcance entre los contendientes.
Llegamos de esta manera a considerar un avance que, tras década y media de pavor incluso a modificar esa palabra, los padres de la patria hayan llegado al acuerdo de cambiar el términos 'disminuídos' con el que la Constitución se refiere a los discapacitados. Era vergonzante: la historia de la humanidad es la de discapacidad creciente y yo, cuando trabajaba en ese campo, siempre decía a mis interloctores que, dentro de diez años, todos seremos un poco más discapacitados que ahora... si tenemos suerte, claro. No sé si cambiando la semántica se eliminarán muchas barreras y se dotará mejor la ley de Discapacidad, pero ya es un paso humanitario, al menos.
No puedo, en cambio, considerarlo un paso de alcance político. Son muchas las cuestiones que aguardan una acción conjunta entre el Ejecutivo y la oposición y que sistemáticamente no se abordan de la manera que podría considerarse más conveniente. Más bien es al contrario: en lugar de ir a Europa unidos, forzamos que la UE se divida a favor o en contra de una España u otra. O, peor, usamos a la UE de mediadora, por ejemplo ahora en la renovación del órgano gobierno de los jueces, tema que lleva cinco años incumpliendo la Constitución. Somos incapaces de entendernos y, entonces, llamamos a Mamá Europa para que nos saque las castañas del fuego.
En vez de mirar el futuro con ánimo reformista amplio y abierto, todo son candados, cerrojos, que hacen que nuestra legislación, comenzando por la Constitución, esté cada día más envejecida, cuando no se le ataca por la espalda para favorecer pactos con los separatistas catalanes.
No, no nos tocó la lotería política precisamente con este encuentro, más pacífico y menos alterado, eso sí, entre los dos hombres que tienen, entre ambos, la llave del candado y ya se ve que no saben cómo abrir siquiera la puerta si no es desde Waterloo, Bruselas o Estrasburgo. Y eso, suponiendo que de verdad quisieran hacerlo.