Publicado 19/12/2014 12:00

Fernando Jáuregui.- Alfonso, el último de Filipinas.

MADRID 19 Dic. (OTR/PRESS) -

Puede que usted, querido lector, piense que esto que escribo es un homenaje al 'último de Filipinas', a ese Alfonso Guerra que, tras haber permanecido en el escaño en todas las legislaturas, desde la constituyente de 1977, ahora se retira, cubierto de condecoraciones, de cicatrices de reyertas, de polvo, sudor y hierro, como el Cid cuando cabalgaba, vivo pero hacia el destierro. Pero no quiere ser un homenaje. Ni mucho menos. No quisiera escribir una despedida amable a Alfonso Guerra, con quien me han enfrentado tantos afanes informativos. Creo que la suya, como la de otros a los que no veremos en el próximo período, es una marcha que nos ha de hacer reflexionar.

La vieja política está muriendo. Las cosas que, desde la ardiente oscuridad, hicieron el presidente del Gobierno y secretario general y su nunca del todo amigo, el vicepresidente y vicesecretario general, ya no podrían, confío, repetirse. Es necesaria, y de ello han de convencerse quienes ahora mandan, una nueva forma de gobernar a los ciudadanos o, más bien, de representarlos. Mucho más abierta y transparente, enormemente más participativa, con muchos menos trucos y zancadillas dirigidos contra los que no les son gratos. El mensaje, obviamente, no está ya dirigido a Guerra, sino a quienes mandan, en su partido -donde otras son ahora, hay que reconocerlo, las formas externas, aunque haya maniobras subterráneas que me asustan- y en otros partidos. Concretamente, al que ahora gobierna a los españoles.

En una ocasión, aún casi al comienzo de su mandato, acusé, durante un viaje a Manila, a Felipe González de no estar ejerciendo el Gobierno de una manera simpática para los españoles. Increíble pero cierto, el entonces presidente reconoció, aunque fuese con la boca chica, que yo podría tener algo de razón. Y con esta confesión abría su portada mi periódico de entonces. En una ocasión, le sugerí algo semejante a Guerra, que jamás fue personalmente simpático -al menos, en mi apreciación--, aunque otras cualidades compensasen tal defecto. El jamás reconoció esa carencia: de hecho, nunca le escuché algo parecido a una autocrítica.

Últimamente, se refugiaba en sus memorias. Escribió unas excesivamente, a mi modo de ver, ególatras. Hoy, como se marcha y como ya no representa un competidor, se le elogia. Yo no quiero denigrarle, aunque reconozco que mi admiración por él no siempre fue grande. Representó el comienzo de un cierto fraccionamiento en el PSOE de entonces, y hay pasajes que me evocan algunas cosas que están sucediendo en el socialismo de ahora, sin 'guerrismo', pero aún con 'felipismos' rampantes, que se creen dueños de la formación que fundó Pablo Iglesias y a la que debilita otro Pablo Iglesias. Despido a Alfonso Guerra, a quien ya no veremos deambulando como alma en pena por los pasillos de la Cámara Baja, con cierta nostalgia. Pero su ausencia me confirma que otros tiempos llegan al galope, y eso, con todas las incertidumbres y sombras en el horizonte que usted quiera, me anima. Adiós, Alfonso: creo que, yéndote, aciertas.

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