Publicado 12/01/2025 08:00

Fernando Jáuregui.- Un 'amigo americano' que va a dejar de serlo en una semana

MADRID 12 Ene. (OTR/PRESS) -

Uno de mis primeros recuerdos de infancia --quién sabe por qué ha quedado seleccionado este en mi mente-- coincide con la visita del presidente norteamericano, Eisenhower, al Madrid de Franco. Veo con nitidez a mi tio Juanjo, que casi me arrastraba de la mano, gritando con entusiasmo, al paso por la Gran Vía del coche descubierto en el que el dictador recorría las calles con Eisenhower, "Ike, Ike". Que era como llamaban al mandatario de los Estados Unidos, el hombre más poderoso del mundo en aquella era de la guerra fría. Han pasado sesenta y seis años desde aquel 21 de diciembre de 1959 y todas nuestras vidas han estado marcadas, incluso desde aun antes, como evidenciaba la película 'bienvenido mister Marshall' (1953), por el 'amigo americano'. Una amistad que probablemente estallará dentro de una semana, Dios no lo quiera.

Las relaciones entre España y los Estados Unidos, que cualquier periodista ha tenido que seguir lo más de cerca posible en el ejercicio de su profesión, han sido uno de los elementos definitorios de cómo iba y de cómo le iba al Gobierno español. Si el inquilino de turno del despacho oval de la Casa Blanca tardaba en recibir al presidente español, mal asunto; si ponía su mano sobre el hombre del mandatario español, como aquella zarpa de Bush sobre Aznar en plena guerra de Irak, buena señal: nos querían en lo que una parte de la izquierda se empeñó en llamar 'el Imperio'. Pues bien: ahora me temo que no nos quieren nada, suponiendo que la Administración Trump tenga una idea exacta de dónde estamos situados ante un mapa mudo.

La verdad es que, al margen de que el americano medio tiene poca idea de geopolítica, España nunca ha contado mucho para los Estados Unidos, que han pasado por etapas de mayor o menor aproximación e interés por los españoles. Un día, en el que yo disfrutaba de una beca en Washington, un funcionario me preguntó si España era ese "país con curiosa forma de bota". Palabra.

No creo que la era Trump, que nos ha enviado un embajador octogenario cuyo principal mérito diplomático es haber dado fondos para la campaña electoral del republicano (siempre es así, o casi siempre), vaya a ser mucho más protagónica para España en los Estados Unidos. Máxime cuando es, junto con Gran Bretaña y algún país nórdico, la única socialdemocracia que queda gobernando en Europa, porque lo de Alemania, en las elecciones de febrero, se está poniendo muy feo para el canciller Scholz. Contra quien, por cierto, lanza sus dardos envenenados, alentando a la ultraderecha germana, ese 'hombre más rico del mundo' a quien hace cuatro días atacó Pedro Sánchez en su primer mítin de la 'serie de Franco'. Claro que Elon Musk, todavía mano derecha de un Trump que ni siquiera ha tomado posesión de la Casa Blanca, también ha hostigado a otros líderes europeos, muy en particular al laborista Starmer, primer ministro de ese Reino Unido que siempre, hasta ahora, fue el aliado preferencial de Washington en Europa.

Hasta ahora, repito. Si la deriva suicida continúa, está claro que la vieja alianza entre los Estados Unidos y Europa -la Italia de la ultraderechista Meloni, tan amiga de Musk, excluida-- va a saltar por los aires con la agresividad de Trump y la inoperancia de la UE, temerosa de los pasos imprevisibles del (¿ex?) gran aliado. Y, por supuesto, España, la cuarta potencia europea, va unida al carro del resto de los europeos: ni un indicio tenemos, al margen de la críticas de Sánchez al aún omnipotente y 'ultraderechista' Musk, de qué va a hacer la diplomacia española para convivir con la 'era Trump'. Ni uno. Es una cuestión de la que el Gobierno español y su titular de Exteriores, José Manuel Albares, que esta semana viaja a Marruecos, Siria y Líbano -muy interesante, sin duda, cada uno de estos viajes, especialmente, cómo no, el de Marruecos, que se delinea como firme aliado de Trump--, no hablan. Nada, ni palabra. Y eso que a todos nos va mucho en esto.

Algo está a punto de cambiar decisiva y quizá peligrosamente en lo que era el 'statu quo' internacional, ya bastante difícil ahora con las acciones de Putin, cada vez más cerca del nuevo inquilino de la Casa Blanca. El día 20 toma posesión de su cargo el hombre más poderoso del mundo, alguien a quien los periódicos llaman hoy, porque lo es, 'el convicto'. No tenemos la menor idea de lo que quiere hacer, independientemente de sus bravatas sobre Canadá, Panamá o Groenlandia. Nosotros, los del lado de acá del océano, tampoco parece que tengamos muchas ideas acerca de qué es lo que queremos hacer ante la amenaza. La 'era Trump' se inicia cuando España tiene una gobernación inestable, llena de problemas y cuyo único rumbo es mantenerse en el poder, parece. Aquellos tiempos de 'Ike', cuando 'míster Marshall' nos enviaba leche en polvo, están ya, claro, definitivamente olvidados. No están los tiempos para paternalismos. Pero ahora ¿qué puede salir mal en esta era del 'madurismo', del 'trumpismo-muskismo' en la que por estos pagos nos dedicamos, sin más, a recordar al 'franquismo'? Sí, ¿qué puede salir mal?

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