MADRID 23 Jul. (OTR/PRESS) -
Menuda felicitación de primer año de aniversario de aquellas elecciones generales que se celebraron un 23 de julio de 2023 llegó este lunes a La Moncloa: el juez instructor de lo que ha dado en llamarse ‘el caso Begoña Gómez’, Juan Carlos Peinado, ha llamado a Pedro Sánchez a que comparezca como testigo el próximo día 30 en el marco de la investigación judicial a su mujer. A ver cómo se las arregla ahora el presidente del Gobierno para esbozar este martes, último día de sesión plenaria antes de las vacaciones, un esquema triunfal de este año de Legislatura en el que han ocurrido cosas increíbles. Comenzando por la propia convocatoria electoral, no ajustada, entiendo, a la Constitución, y terminando, hasta el momento, con esta llamada del juez para testificar en un asunto al que nadie le suponía tantos vuelos y que tanta imagen está haciendo perder a nuestro jefe del Gobierno y, de paso, a todo el Consejo de Ministros, que se ve obligado a defender a la mujer de su jefe.
Lo menos que puede decirse es que Sánchez, culminando un ‘annus horribilis’, está en un buen lío: se ha enfrentado a los jueces –-y admito que acaso la instrucción concreta de Peinado está adquiriendo perfiles excesivos--, a no pocas instituciones, a los empresarios y, para colmo, ha abierto un nuevo frente contra los medios, o contra bastantes medios. Sospecho que el repaso de logros que pensaba hacer en la sesión plenaria extraordinaria de este martes, con varios asuntos que aprobar y que presumiblemente, al menos los más importantes, como la ley de extranjería, no serán aprobados, se va a quedar muy pálido ante la previsible ofensiva de la oposición, a la que la llamada de Peinado ha dado nuevas bazas.
Lo probable es, tras todo lo ocurrido, que Alberto Núñez Feijoo, crecido y sin las ataduras de Vox, haga un recuento de su versión de mucho de lo sucedido en este año, tras unas elecciones que perdió el PSOE y que, sin embargo, mediante alianzas no previstas, como la del antes ‘enemigo’ Puigdemont, revalidaron a Sánchez en La Moncloa. Ha habido, ya digo, de todo, hasta una especie de ‘dimisión de cinco días’ por parte del presidente: una discutidísima amnistía, quizá inconstitucional –-aunque previsiblemente el ‘nuevo’ TC dirá otra cosa--; una alianza con un Puigdemont que ahora se descabalga del nunca suscrito, pero existente, pacto de Legislatura, dejando al PSOE en minoría; un hundimiento de Sumar, un alejamiento de Podemos… Y, en el lado bueno, un acuerdo con el PP, tras más de cinco años de incumplimiento del mandato constitucional, para renovar el gobierno de los jueces.
Pero eso no ha pacificado en absoluto el mundo de las togas: el Tribunal Supremo está enfrentado no solo al Ejecutivo, sino al propio Tribunal Constitucional; la Fiscalía general está enfrentada a las principales asociaciones de fiscales; el Congreso está enfrentado con el Senado; las autonomías controladas por el PP están enfrentadas a un posible acuerdo de ‘financiación unilateral’ con Cataluña... Hay más, pero ya no cabe en este espacio. Solamente la posibilidad de que, mediante unos problemáticos acuerdos económicos con Esquerra Republicana de Catalunya, Salvador Illa pueda ser investido president de la Generalitat, hace sospechar un cierto rayo de sol en el umbrío panorama que se abre ante Sánchez.
"Al presidente acabarán achacándole hasta la muerte de Manolete, hasta el abandono de Biden y el triunfo de alguien como Trump, que, por cierto, será desastroso para las relaciones de Estados Unidos con España, al menos con este Ejecutivo", comentaba ayer, con sorna, un diplomático socialista muy afecto a Sánchez. Le respondí que la afición del presidente a balancearse en la cuerda floja sin red, porque ama el riesgo, le ha colocado en esta tesitura, en la que los fracasos y las irregularidades pesan más que los éxitos internacionales y los indudables avances económicos.
Supongo que en la sesión plenaria de este martes, que va a ser sin duda tormentosa, no faltará alguna voz de la oposición que entone el ‘váyase, señor Sánchez’, esgrimiendo el caso de su mujer y de su hermano, ninguno de los cuales, por cierto, tiene presumiblemente una traducción penal. Quienes lo hagan olvidarán otros varios incumplimientos y bofetadas a la legalidad acaso mucho más graves. El repaso a este primer año de Legislatura, que comenzó en noviembre tras haber negociado Sánchez su investidura con los independentistas catalanes y vascos, no puede ser más agitado, alejando cualquier expectativa de que el inquilino de La Moncloa pueda llegar indemne hasta 2027.
Y no, no estoy pidiendo, por supuesto, que dimita: el ‘váyase’ que lo entonen los políticos. Y, sobre todo, los electores, y hay que admitir que a Sánchez y al PSOE le quedan aún cerca de ocho millones de votantes que les apoyan. Yo solamente me limito a recopilar los datos que están sobre la mesa de trabajo de cualquier periodista y a escuchar ciertas voces, no solamente en el PP, que piden elecciones cuanto antes. Y también me limito a constatar, no sin tristeza, que, apenas por exponer estos datos y oír tales voces, ya corres el riesgo de que te metan en 'fachosferas' y lodazales que no te corresponden. El país está, ciertamente, hecho unos zorros y lo ocurrido en este año tras las elecciones tiene mucho que ver en ello. No puedo hoy, desde luego, cantar el ‘feliz aniversario’. Y cuánto me gustaría haber podido decirlo.