Publicado 07/12/2024 08:00

Fernando Jáuregui.- La Constitución de Leonor I

MADRID 7 Dic. (OTR/PRESS) -

Algún día la Historia nos culpará a todos, políticos, periodistas, la escasa sociedad civil activa que queda, por la irresponsabilidad de, ante la nueva era que de manera clarísima se ha abierto ante nosotros, haber mantenido las viejas formas, la vieja política, y no haber abierto carpetas nuevas. En un momento en el que Europa -Francia, Alemania, sobre todo-se tambalea, cuando la llegada al poder máximo de alguien como Trump nos llena de pesimistas presagios y cuando el Cambio en todos los órdenes en nuestras vidas nos da la alerta, no podemos renunciar a un pacto de progreso. Hacer las cosas de manera diferente. Un pacto constitucional en toda regla. ¿De veras hemos de renunciar a contemplarlo como posible, como probable?

La celebración del 46 aniversario de la Constitución, lo mismo que cada año, con las ausencias clamorosas de todos los años, con la misma palabrería de todos los años, idénticos corrillos periodísticos de cada ocasión, me impulsó a escribir este comentario, quizá, me temo, similar al de otros años. Porque ese pacto, en torno a la Constitución y a su cada vea más inevitable reforma -solo la pereza, la falta de patriotismo y la cobardía impulsan a no plantearse cambios profundos--, lleva bastantes años siendo necesario, y en cada aniversario se hace más evidente, porque la situación es más pegajosa, más anormal, más ajena a la moralidad que debería iluminar la política.

Que nuestras fuerzas políticas no sean capaces ni de llegar a un acuerdo para alojar a unos centenares de jóvenes inmigrantes -ilegales, sí, y qué--, desheredados de la fortuna y que encima nos serán necesarios el día de mañana, evidencia hasta dónde han llegado las aguas envenenadas de nuestra anti política. Nuestra ¿última? esperanza en un mínimo acuerdo, desvanecida precisamente la víspera de la Constitución, que nuestras fuerzas políticas celebraron por separado en Madrid, para colmo.

La Constitución se incumple, sí. Y quizá en algunos aspectos, como el Título VIII, ya no sea del todo fácil cumplirla: se ha quedado vieja en algunos aspectos y necesita una buena mano de pintura. España precisa ya, muchos años de que llegue la posibilidad de que reine, 'fabricar' la Constitución de Leonor I, la de la era plenamente digital y la Inteligencia Artificial, la del pacto territorial en una nueva Europa y, ay, en un mundo en el que solo aspiramos ya a superar la 'era Trump' y la 'era Putin'. Quizá las presencias de nuestros actuales políticos, que no están sabiendo incorporarse a ese pacto constitucional, casi diría constituyente, empiece a ser un lastre insalvable, un muro infranqueable, para ese pacto, al que ya incluso, encogiéndose de hombros, renuncia parte de la ciudadanía porque lo considera imposible con los mimbres actuales.

Y no: es posible. Hasta el muro de Berlín se cayó en pedazos, podrido. ¿Por qué no van a caer nuestros muros, que solo se sustentan en los temores de aquellos que piensan que es mejor 'no abrir el melón' y toda su actividad la centran en una absurda pelea de dos Españas, derecha e izquierda, que ya volaron tiempo ha y, sobre todo, dedican sus afanes a sus juegos de poder y de tronos? La sociedad, esa que abarrotaba este viernes el centro de Madrid y quería ver -tan de lejos...-- a 'sus' líderes, por llamarlos de alguna manera, habrá de abandonar su estado de alienación: exigirá responsabilidades algún día a quienes solo planean en vuelo tan rasante que acabarán estrellándose contra las aceras.

Hagamos de 2025 el inicio de una era nueva, en la que los Ábalos, los Koldos y tantas otras cosas que nos angustian en esta que yo llamo UCOlandia, un país sujeto a investigaciones policiales por corrupciones variadas, queden relegados a las páginas pares de los periódicos. Tremenda responsabilidad la de quienes se arrogan nuestra representación y no saben, no quieren, no pueden ejercerla. Viva la Constitución, pero esa Constitución renacida, renovada, que tanto vamos necesitando.

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