MADRID 23 Sep. (OTR/PRESS) -
El cerco a un Gobierno que a veces más parece un club de 'fans' de Pedro Sánchez que un equipo técnico encargado de resolver los problemas de la nación se estrecha, al tiempo que la nueva era se abre paso con rapidez inusitada. Difícilmente se podría decir que este elenco ministerial, desconocido por la ciudadanía en una parte y superviviente desde junio de 2018 en la otra, es un conjunto con aire fresco y renovado capaz de afrontar los enormes retos que le llegan al 'jefe', bien desde Cataluña, desde las autonomías regentadas -o no-por el PP o, ya que estamos, desde el mundo mundial. Entiendo que Sánchez debería aprovechar la inminente salida de la vicepresidenta tercera para hacer una verdadera remodelación; no, como parece que hará, una mera sustitución.
Tengo para mí que Teresa Ribera ha sido, hablo ya en pasado, uno de los mejores activos del Ejecutivo. Es una de las supervivientes de 2018, ha hecho cosas notables en sus parcelas -que son las de futuro: la ecología y la pirámide poblacional-y ahora se convierte en una figura solvente en el nuevo equipo europeo de Ursula von der Leyen. Creo que el PP cometerá un error no respaldándola en ese trayecto en la UE, pero doctores tiene esa Iglesia cuya doctrina uno no alcanza, muchas veces, a comprender.
He leído en algún sitio -las quinielas andan disparadas, aunque interesan poco a los medios-que Sánchez sigue pensando, como hizo con Oscar López al colocarle de inapropiado sustituto de Echenique en el Gobierno, en figuras muy próximas para ocupar la cartera de Ribera: tal vez el super asesor económico Manuel de la Rocha, hijo de un histórico socialista y muy cercano al presidente en La Moncloa. Sánchez hizo lo mismo con Albares, el diplomático 'surgido del pueblo' -palabra, lo he oído-que le acompañaba y asesoraba en sus desplazamientos presidenciales iniciales y a quien nombró ministro de Exteriores: era el que tenía más cerca. Hoy, acaso no del todo por su culpa, Albares es la figura más polémica en el Consejo de Ministros: la falta de transparencia con la que suele actuar y sus titubeos con Venezuela -no conviene quedar mal con Rodríguez Zapatero, que influye mucho en el inquilino de La Moncloa- han colocado a Albares, que ya no es demasiado querido en su Ministerio, en una situación prácticamente imposible.
No creo, no, que Sánchez aproveche el relevo de Ribera -ya digo que se barajan, además del de De la Rocha, otros varios nombres, pero el presidente es inescrutable-para abrir en canal a su Gobierno. Ni el titular de Exteriores, ni el de Interior, ni alguna ministra de reciente incorporación y magros resultados serán, previsiblemente, sustituidos. Ni el pacto con Sumar, que está tocada del ala y va en picado, será presumiblemente redefinido, a pesar de que cuatro miembros del partido de Yolanda Díaz en el Gobierno parece un porcentaje excesivo a tenor de lo que ahora es el peso específico de Sumar. Y ya de los pilares del Ejecutivo, la vicepresidenta María Jesús Montero -totalmente abrasada, pero*-- y el 'triministro' Bolaños, eficaz pero demasiado pluriempleado, ni hablamos: Sánchez los quiere incondicionales. Ni tibios, ni equidistantes, ni demasiado 'voladores por su cuenta', como la titular de Defensa, Margarita Robles, que a veces hace que La Moncloa frunza el ceño.
Aguardo con interés la formación de la nueva Ejecutiva del PSOE tras el congreso de este partido a finales de noviembre en Sevilla; no creo ni que Montero puede seguir siendo la 'número dos' del partido ni que Santos Cerdán, secretario de Organización, llegue a mantenerse, pese a sus muchas muestras de fidelidad absoluta al 'jefe', como 'número tres'. Es el momento para que Sánchez mueva todas sus fichas en Gobierno y partido, deje que la jugada se afiance unos (pocos) meses y convoque esas elecciones que siempre anda asegurando que no convocará, aunque no tendrá más remedio, Puigdemont mediante, que hacerlo. Esto necesita agitarse y luego servirse bien frío.
De momento, creo que el presidente tiene que buscar cantera nueva en ciudades y autonomías, dejar de premiar lealtades y de repartirse el poder como un botín entre poltronas, embajadas 'políticas', empresas públicas e instituciones. Olvidarse de 'coaliciones Frankenstein' y volar con sus propias alas, aunque ya nada sea lo mismo que en 2018 o incluso 2022 y el águila real no pase de milano. Los tiempos han cambiado mucho, señor presidente y hay que hacer al menos cambios 'lampedusianos', de fachada, para que la estructura, que se va llenando de carcoma, siga aparentemente igual. Quizás así aguante aún unos meses más antes de la gran debacle que ni usted ni su 'sancta sanctorum' quieren ver, pero que, al paso que vamos, se aproxima.