Publicado 05/11/2024 08:01

Fernando Jáuregui.- Fango

MADRID 5 Nov. (OTR/PRESS) -

En toda mi vida he visto más fango, físico y moral. El fango es mal bicho: todo se lo traga, todo lo invade, es muy difícil desalojarlo. Lo que vimos este domingo en Paiporta, la ciudad del llanto y del lodo, fue muy preocupante, pero bastante menos que lo que hemos leído este lunes en comentarios de prensa y de lo que hemos oído en radios y televisiones: un conocido escritor, a quien gusta epatarnos, llama "gentuza" al presidente del Gobierno (y a Carlos Mazón) por no haber sabido afrontar la ira de los afectados y de los cooperantes. Y comentaristas habitualmente ponderados se lanzan a recomendaciones locas acerca de quién debe intervenir, en qué grado y en qué momento. La 'todología' que impregna el universo decide en tertulias y columnas, sin mayor fundamento, qué es lo que hay que hacer para salir del patente marasmo en el que nos han colocado las múltiples descoordinaciones entre las administraciones, los recelos entre Gobierno y oposición, la en este caso absurda lucha partidista, el duelo a garrotazos con los pies hundidos en arenas movedizas .

También nosotros, los que nos dedicamos habitualmente a comentar la jugada, hemos de reflexionar un poco, me temo. Lanzarse a pedir, sin más, la dimisión del presidente del Gobierno porque no tuvo un comportamiento heroico, dejando que le apaleasen -a saber, cómo podría haber terminado aquello, a tenor de las imágenes que vimos-, es una demasía. Claro que Sánchez tiene mucho que meditar, mucho que explicar y bastante de lo que arrepentirse, pero solo nos faltaba que ahora diese un portazo y se largase, cuando puede que nos venga también mucho fango del otro lado del Atlántico (porque no me negarán que la figura de Trump, para no andarse con rodeos, es bastante fangosa). Alguien tiene que gestionar esta situación, la nacional que tenemos y la internacional que nos viene, y yo diría que, con todos sus defectos, carencias y soberbias, Sánchez es el único posible aquí y ahora: para bien o para mal, le toca. Las iras ciudadanas puede que tengan razón, pero no atienden a razones, como las que el rey y la reina, que, esos sí, aguantaron heroicamente, enfangados, a pie firme, trataban de darles.

Ignoro cuánta ultraderecha violenta estaba organizada en la zona de la ira. Sí sé que no puede esgrimirse esta presencia de quienes aspiran a que 'cuanto peor, mejor' para justificar escapadas no demasiado airosas. Pues claro que Felipe VI y doña Letizia hicieron muy bien en estar donde estuvieron, en decir lo que dijeron, en aguantar lo que aguantaron: no sé a qué vienen ahora algunas críticas de colegas 'expertos', por lo visto, en presencias y ausencias reales. Pero eso no quiere decir que Sánchez tenga que abandonar con un hatillo La Moncloa, sino que tiene que reflexionar en que, a partir de estos días, nada es lo mismo. Como nada será lo mismo a partir de las enlodadas elecciones norteamericanas, que podrían, oh terror, dar la victoria a una figura que es puro barro y que de barro se alimenta.

Mala cosa cuando el universo es de barro, las casas son de barro, los pedestales de los políticos son de barro y hay tanto barro en unas conciencias y en unas mentes que no son capaces de llorar con sus representados. No sé cuánto tiempo tardarán en despejarse las carreteras y las vías férreas levantinas, cómo podrán volver todos a sus trabajos y a sus hogares, a esa normalidad que tardará.

Tampoco sé si, en estas condiciones, los Presupuestos que han de presentarse han de cambiar sus partidas (aunque creo que sí, y mucho). Ni siquiera estoy seguro ya de que deba celebrarse ese congreso del PSOE, cuya última edición, por cierto, tuvo lugar en una Valencia entonces alegre y jaranera. Ignoro qué decisiones políticas tomarán nuestros representantes para empezar la reconstrucción, pero espero que no consistan en seguir con más de lo mismo. Y que pidan perdón por algunas cosas, entre ellas el espectáculo miserable de 'tomar' la dirección de la televisión pública aprovechando que todos miraban hacia el barrizal repleto de cadáveres. Porque ya nada es lo mismo: el fango todo lo contamina y no hay quien lo limpie por completo, hasta el último resquicio. Sobre todo, en las conciencias.