MADRID, 20 Dic. (OTR/PRESS) -
Los cronistas más avezados, o los peor pensados, esperan de un momento a otro, quizá aprovechando la distracción navideña de la opinión pública y publicada, la que sería la 'foto del año'. Es decir, la del presidente del Gobierno del Reino de España, Pedro Sánchez, departiendo en Waterloo, en Ginebra o en algún escenario 'neutral', con el fugado -yo, quizá no tan en broma, le llamo 'forajido'- Carles Puigdemont. Sabe La Moncloa que aquí la ciudadanía se acostumbra a todo, todo lo normaliza. Ya parece casi hasta natural que el 'número tres' del partido gobernante, Santos Cerdán, sea interlocutor habitual del ex president de la Generalitat. Quien, por cierto, también habla con frecuencia por teléfono con la vicepresidenta primera y recibe al secretario general del principal sindicato del país, UGT, para negociar (¿?) la semana laboral.
¿Por qué, entonces, iba a extrañarnos que el jefe del Ejecutivo central de la cuarta potencia europea se dé un paseo, con o sin Falcon, hasta la guarida del huido, en aras de 'normalizar la situación con Cataluña'?
Y de paso, claro, asegurarse los siete votos de Junts en el Congreso de los Diputados para garantizar la aprobación de los Presupuestos y una estadía algo más prolongada, hasta el añorado 2027 'al menos', en La Moncloa. Puigdemont está jugando endiabladamente bien sus cartas, elevando el listón de sus exigencias: no quiere cuota de inmigrantes en Cataluña, sí quiere que Sánchez se someta a la cuestión de confianza en el Parlamento -que, por cierto, Sánchez probablemente ganaría porque Junts le apoyaría-, habla con soltura con la señora Montero de 'unilateralizar' los impuestos para Cataluña y de eliminar su deuda con el Estado... Bueno, hasta pretende que le sea efectivamente aplicada una 'amnistía política', al margen de la oposición del Tribunal Supremo. Supongo que un día de estos quizá vuelva a hablar de la hoy preterida exigencia de celebrar un referéndum secesionista. Sabe, comprueba, que Sánchez está dispuesto a 'tragar' con lo que haga falta. Incluso con lo del viaje a Waterloo o, ya digo, a donde sea.
Mucho tendrán que trabajar los asesores monclovitas para persuadir a los españoles de que la 'cumbre de Waterloo' (o de donde sea, repitamos), que tendría sin duda una fotografía, exigida por Puigdemont, para que quede constancia, es algo 'normalizador', en lugar de ser, como es, profundamente anómalo. Pero, al fin y al cabo, en un mundo donde todo, hasta el nuevo peinado de Trump, es tan peculiar, ¿qué importa una anomalía más, si es por una buena causa -dirá Moncloa-, como normalizar la situación en Cataluña, situación que, por cierto, tanto ha mejorado desde 2017 y, si no, mire usted cómo andan los independentistas, de capa caída?
Que no digo yo, oigan, que las cosas vayan a ocurrir así. Pero la suprema venganza de Puigdemont, que a mí me parece que aborrece, en el fondo, a Sánchez (y viceversa), sería ver en los periódicos su foto con un Sánchez sonriente -últimamente no tiene muy buena cara, la verdad- y tratando de no parecer entregado. La foto de 2025. O quizá ya la foto de estos días navideños, distraídos y vacacionales. Si más vale una imagen que mil palabras, ahorraré las mías a la espera de que nos llegue, o no, esa imagen. Para mí, sería un síntoma de que, definitivamente, nos hemos vuelto locos. Por lo menos.