MADRID, 28 Jul. (OTR/PRESS) -
Claramente: me parece cuando menos atípico que un juez vaya a La Moncloa, acompañado por un equipo de vídeo, para grabar el testimonio del presidente del Gobierno en relación con las acusaciones de tráfico de influencias y corrupción que pesan sobre la mujer de Pedro Sánchez y que el mentado juez instruye desde la Plaza de Castilla. Es improcedente citar como testigo a Sánchez como jefe del Ejecutivo, puesto que en calidad de tal ninguna acusación pesa sobre él, y es aún más improcedente citarle como marido de Begoña Gómez, puesto que ninguna obligación tiene de declarar inculpando a su esposa. ¿Qué quiere preguntarle el juez? ¿Si comentaba con ella lo de la cátedra mientras ambos desayunaban? ¿Si los servicios policiales monclovitas vigilaban a quién recibía y a quién no doña Begoña en el palacio y si luego estos servicios le pasaban un informe al señor presidente?
La instrucción del juez titular del Juzgado 41 de Madrid, Juan Carlos Peinado, está siendo irregular, por decirlo de algún modo, en primer lugar por haber aceptado, sin más averiguaciones, una acusación proveniente nada menos que de Manos Limpias (y otra de Hazte Oír) en la que no se aportaban más pruebas que recortes de prensa que, además, probablemente no suponen delito, aunque sí se trate de prácticas contrarias a la decencia política: la mujer del presidente del Gobierno ha de cuidar muy mucho, es la verdad, sus actividades profesionales, y no deja de ser curioso que alguien sin una licenciatura apadrine una cátedra nada menos que en la Universidad Complutense de Madrid, la mayor y más importante de España.
Pero eso, lo antiestético y probablemente lo antiético de las actividades de doña Begoña Gómez, debe ser objeto de reprobación política y social, de amonestación desde los medios de comunicación, tan poco queridos por la pareja presidencial, de repudio ciudadano, pero no de las actividades de un juez. Supongo que el magistrado Peinado, al que le quedan dos años para la jubilación, está viviendo tiempos de gloria en su protagonismo, y estará encantado de que todo un Gobierno, haciendo lo que nunca debería hacer quien es ministro, se haya lanzado en tromba contra él acusándole de casi todo, comenzando por prevaricación.
Que el ministro más importante políticamente del Ejecutivo, el titular, entre otras carteras, de Justicia, encabece la procesión de los acusadores contra un juez ya ni produce extrañeza a una ciudadanía acostumbrada a las peleas del Gobierno con los togados, y de los togados entre ellos, pero debería ser objeto de escándalo general. Con este episodio, Bolaños queda apeado de cualquier pretensión sucesoria, si es que la tenía, de un Pedro Sánchez que está claramente boqueando en la recta final hacia unas vacaciones que sospecho que necesita muy especialmente.
En este contexto se producirá, aunque yo aún siga pensando que el disparate habría de evitarse, el paseo por La Moncloa de un juez que está claramente alineado en contra de la investigada y del testigo: que no me hablen aquí de imparcialidad, por favor. Claro que no se puede aplaudir la conducta de Begoña Gómez, muy al contrario; claro que Pedro Sánchez, incluyendo sus cinco días de retirada a meditar, no está sabiendo defenderla. Pero en la trayectoria del Gobierno hay cosas mucho más graves que nadie parece interesado en investigar, entre ellas saltarse al menos un par de veces la Constitución en el último año, o entrar en guerra con el Tribunal Supremo a cuenta de la muy polémica 'amnistía a Puigdemont', aquel a quien se había prometido traer a España para meterlo en la cárcel. Esto es bastante más serio que el tema de la cátedra de la no catedrática o sus viajes con un empresario cuando menos aprovechado de su cercanía a La Moncloa ¿no?.
Lo de Peinado no es ejemplarizante, ni siquiera rigor judicial extremo. Estoy seguro de que él sabe que esto quedará penalmente en nada, e incluso los más implacables en la oposición tienen serias dudas acerca de que el tema se esté desmadrando y no acabe teniendo un 'efecto boomerang'. Sánchez es muy cuestionable por muchas razones: tiene luces importantes y sombras tenebrosas en su actuación que yo, como periodista que sufre sus opacidades, de ninguna manera puedo aprobar de manera global. Pero esto, la valoración de los seis años de Pedro Sánchez al frente del Gobierno, y muy especialmente la de su último año en el poder, es cosa diferente a lo de las actividades, trapaceras, sin clase y propias de la peor picaresca, de su esposa.
Sánchez, me guste o no, es el presidente del Gobierno de España y, por tanto, de mi Gobierno; tiene derecho, y en eso estoy de acuerdo con su carta al juez pidiéndole declarar por escrito, a un respeto al cargo. El viaje del juez (y su séquito) a La Moncloa es una suerte de pena infamante aplicada a un testigo. Ese viaje, que presumiblemente me temo que se producirá, jamás debería realizarse. Que cese ya el show.