Publicado 26/09/2024 08:02

Fernando Jáuregui.- Pero ¿qué le ocurre a la diplomacia española?

MADRID 26 Sep. (OTR/PRESS) -

Primero, el elogio. Porque a todo Gobierno hay que aplaudirle los buenos pasos, y la decisión de no enviar representación española alguna a la toma de posesión de la nueva presidenta mexicana, Claudia Sheinbaum, porque la Presidencia saliente de López Obrador no invitó a este acto al Rey -que siempre va a las tomas de posesión de los presidentes iberoamericanos-, me parece muy acertada: una nación tiene, ante todo, que mantener su dignidad. Los desplantes de AMLO, de ya triste recuerdo, a España han sido constantes y graves, casi humillantes. Intolerables. Y, una vez dicho esto, no me queda más remedio que seguir con una pregunta: por lo demás, ¿qué diablos está ocurriendo con la diplomacia española, que no da una?

Porque lo del desplante mexicano se tendría que haber conocido y negociado mucho antes, sin que ahora nos pille por sorpresa: nunca se deberían haber tolerado ciertas ofensas de López Obrador contra nuestra Historia y nuestro país. Y España no puede permitirse , además de cómo van las cosas con Venezuela --¿cómo es que no se ha cesado aún al embajador español en Caracas, después del papelón que hizo con la huida de Edmundo González a Madrid?--, con la Argentina de Milei y con algún Estado centroamericano, por cierto enloquecido, como Nicaragua, comenzar con mal pie la 'era 'Sheinbaum'. Ella es una mujer que ha llegado arropada por muchos votos y una esperanza real de cambio a la residencia presidencial de Los Pinos. Pero, que yo sepa, la diplomacia española ha permanecido como ajena a esta figura ascendente nada menos que en el gigante mexicano.

El peso específico que España acumuló en América Latina en los tiempos de Felipe González, e incluso, con mayores contradicciones, en los de Aznar, se ha ido desvaneciendo. Y ha sido a causa de unas políticas desacertadas desde Madrid -bochorno da recordar las 'hazañas' económicas del que fue embajador en 2004 en Caracas Raúl Morodo--, de la degeneración de muchos democracias latinoamericanas y de una ralentización en la agresividad de la economía española en un subcontinente que cada día está más bajo la influencia de China y, aunque menos evidente, de Rusia. ¿Dónde ha quedado el peso específico de aquellas 'cumbres'' iberoamericanas, en las que España era indiscutida 'primus inter pares'?

Los tiempos del ministro Albares, como antes los de su predecesora, Arancha González Laya -que sin duda es una mujer válida para muchas cosas, pero no, desde luego, para ministra de Exteriores y jefa de la diplomacia-, están siendo cuando menos controvertidos: altibajos en las relaciones con un Marruecos que se muestra siempre prepotente e imprevisible, crisis con Argelia, vuelta al trampantojo de Gibraltar, viajes inútiles a Africa, malestar cierto en un Ministerio que reclama el fin de los 'embajadores políticos'... Parece que la política exterior española se limita a una ofensiva, sin duda afortunada, en la Unión Europea, donde pesan mas las relaciones personales de Pedro Sánchez con Ursula von der Leyen y otros mandatarios del Viejo Continente que los euro-afanes de Albares, ahora nuevamente empeñado en introducir el catalán como lengua oficial en la UE (pagando España los costes, por cierto), y olvida el resto.

El descolorido papel de Sánchez estos días en las Naciones Unidas, donde recientemente colocó a un 'embajador político' contra las peticiones de la Asociación de Diplomáticos Españoles, evidencia la escasa planificación de encuentros bilaterales verdaderamente relevantes y, en general, de ideas innovadoras. Sánchez quiere ser su propio ministro de exteriores, decidiendo unilateralmente apostar por un Estado palestino y por las malas relaciones con Israel, seleccionando a sus propios fieles ajenos a la carrera para desempeñar embajadas importantes (la del Vaticano, la Unesco, la OCD. O la ya mentada de la ONU, entre los ejemplos más notables) o viajando a China en un viaje efectista, mas no demasiado bien preparado a juzgar por los magros resultados que se trajo de regreso.

El hecho de que tampoco la oposición -al inapropiado encuentro de Feijoo con la señora Meloni me atengo. O a la absurda votación en el Europarlamento sobre Edmundo González como presidente 'real' de Venezuela- esté demasiado fina en la hilatura diplomática no justifica el patente desconcierto que se vive en la política exterior española. Me alegra, naturalmente, que Sánchez sea un dignatario bien recibido en las cancillerías, al menos en aquellas a las que no ha hostigado, pero hay que preguntarse: 'y después, ¿qué?'. Pues después 'fuése y no hubo nada', mientras 'su' irascible ministro de Exteriores abarrota de descontentos, me dicen, los pasillos de su Ministerio. Pero que no tema, que no caerá en el mini-reajuste ministerial que, dicen, prepara Sánchez aprovechando la marcha a la UE de la vicepresidenta tercera, Teresa Ribera.

No puede ser, simplemente no puede ser, que a la inestabilidad de una política interna, que depende mucho más de lo que a todos nos gustaría de un prófugo, se añada una patente debilidad en la política exterior, en la que España, por su peso económico y estratégico en el mundo, debería estar jugando un papel mucho más relevante, sobre todo en momentos en los que la 'locomotora de Europa', Francia, por las contradicciones internas en su Gobierno, y Alemania, por el peso de los 'populismos' ultraderechistas, vive momentos de franco desconcierto.

Y más, cuando las elecciones en Estados Unidos dentro de muy poco más de un mes pueden significar una dramática sacudida al 'statu quo', ya bastante incierto, que vive el mundo. Seguro que Putin, cuyo larguísimo brazo opera en todas partes, estará encantado con todo esto. Incluyendo, claro, que México tenga una crisis de relaciones con España, a la que, lógicamente, Moscú considera uno de sus peores enemigos en la UE. Y conste que, personalmente, me envanezco de esto último: al menos otro elogio al Ejecutivo, al final, para compensar todo lo del medio.