MADRID 29 Sep. (OTR/PRESS) -
Hace tres días, el conductor de un programa radiofónico en el que yo participaba nos propuso: "vamos a hablar de un tema menor, pero divertido, el del 'caso Alvise". "A mí no me parece ni divertido ni un tema menor", le respondí, "porque es la muestra de la degeneración extrema del grado de incuria moral en el que ha caído nuestra política". Y claro que no quiero andar comparando unas cosas con otras, porque lo del individuo ese de Se acabó la Fiesta no tiene parangón con ningún otro de los desmanes que diariamente, y en abundancia, se practican por estos pagos. Pero ello, que haya alguien que represente el grado máximo de degradación, no obsta para que denunciemos los otros excesos éticos y estéticos -no serán causa penal probablemente, pero para nada los exculpa-que cometen nuestros representantes.
Para Alvise pido, además de las investigaciones fiscales que correspondan, que se le obligue a devolver, además del dinero indebidamente apropiado (hay términos más duros para calificarlo), su acta como eurodiputado. No (solo) porque ha defraudado al fisco, cayendo en una financiación ilegal para su demagoga y falsaria formación; para mí lo peor ha sido cómo se ha atrevido a justificar sus tropelías, queriendo presentarse como una especie de Robin Hood -aunque en provecho propio, claro-frente a la voraz Hacienda. Me parece incomprensible que, después de lo actuado por este individuo, incluso en lo correspondiente a los ataques a personas (por ejemplo, a una hija del presidente del Gobierno), no se haya alzado un clamor entre los eurodiputados representantes de las restantes formaciones políticas exigiendo que lo echen de la Eurocámara, que razones legales no han de faltar para ello y motivos de hecho sobran.
Pero no lo han hecho, al menos hasta el momento; es el silencio de quienes, acomodaticios y olvidadizos, nos vamos acostumbrando a todo. A que -e insisto: no estoy comparando, solo enumerando-un alto cargo del partido que nos gobierna acuda a la guarida de un forajido para rogarle benevolencia, de manera que, con los votos que el mentado forajido detenta, quien gobierna pueda seguir haciéndolo. Y nos vamos acostumbrando a que quien manda reparta prebendas y favores incluso a deudos y familiares; al uso inmoderado de los bienes del Estado; a la apropiación de las instituciones*
Y a la mentira: a mí, antes de votar, se me dijo que jamás nos aliaríamos con quien no nos dejaría dormir, y nos aliamos ya desde el día siguiente a las elecciones, con los efectos posteriores ya conocidos. Claro que, ante otros comicios, también se me dijo que el prófugo -y mentiroso: dijo que se iría de la política si no resultaba elegido president de la Generalitat y ya ven: otro caso, tolerado, de desfachatez *-- sería conducido a prisión en España y pronto, sin embargo, se convirtió en el principal aliado de quien dijo que lo encarcelaría.
Podría seguir, porque la lista es larga y, sin embargo, el espacio para este comentario corto. El relativismo moral se justifica diciendo, desde las máximas alturas, que hay que hacer de la necesidad (de mantenerse en la alfombra roja) virtud. Como rezaba la frase chusca de un catedrático de Penal cuando yo entré, muchos años ha, en la Facultad de Derecho, "se empieza por matar a alguien y se termina por no ir a misa". Nos habituamos a consentir la violación -ojo, no solo por el Gobierno, conste, aunque sí principalmente-de las líneas rojas de la legalidad y de la verdad y acabamos, ya ve usted, regalando ochocientos mil votos, que se dice pronto, a alguien que une la falta de escrúpulos a la desfachatez e indecencia más sonoras. A mí ese tipo no me representa, ni en Bruselas ni en ninguna parte, y no quiero que se le pague un cargo público con mis impuestos.
Si de veras el regenerador quiere regenerar, confío en que empezando por sí mismo, tiene una amplia tarea por delante. En su entorno, a veces algo sonrojante, primero. Y, luego, lo de no ir a misa tras haber asesinado: por supuesto, también ha de actuarse en los círculos concéntricos más alejados del juego de tronos. Porque al paso que vamos todo se va convirtiendo en una enorme sorpresa de manipulaciones, filtraciones interesadas --¿por qué han aparecido, precisamente ahora, las fotos de Don Juan Carlos con Bárbara Rey?--, maniobras orquestales en la oscuridad de los Villarejos de turno, medias verdades y falsedades completas. Un día creímos habernos librado de la corrupción, al menos la pública, y ahora nos horrorizamos al ver que no solo no ha sido así, sino que más bien estamos inmersos en un inmenso lodazal. Y es precisamente quien más lo propicia quien en mayor medida lo denuncia, esparciendo basura a diestra y siniestra.
Y entonces, claro, mira que os lo alvisé, van ochocientas mil personas, hartas y cabreadas de todo y con todo lo establecido, y votan a quien es un enorme error votar: a quien todos sabíamos, que sí, que lo alvisé, que iba necesariamente a acabar como espero que ya haya acabado. Puaf. Pues que cunda el ejemplo y empecemos a regenerar desde casa y hacia afuera. Solamente así haremos que esta democracia nuestra, 46 años ya, deje de tambalearse, aunque nos la sigan presentando desde las Naciones Unidas como un ejemplo para el mundo mundial. Que no, que ya estábamos alvisados y nunca hacemos caso.