Publicado 07/11/2024 08:00

Fernando Jáuregui.- No podemos hacernos enemigos de Trump, qué le vamos a hacer

MADRID 7 Nov. (OTR/PRESS) -

Me asaltan no pocos seguidores en Twitter (o sea X, la red social del futuro superministro de Trump, Elon Musk) criticándome porque en la madrugada, cuando ya la victoria del republicano parecía clara, dije que ahora el mundo será un poco peor. Menos estético, peor educado, más faltón, menos reflexivo. Y un poco más 'trumposo', definición que va más allá de la trampa. Sé que los populistas del mundo, para no citar ya a Trump, estarán contentos con los resultados de las elecciones.

Yo creo que los españoles, al menos con el actual Gobierno socialista, tendremos un poco más difícil la relación con el hombre más poderoso del mundo, que es, recordémoslo, alguien condenado por un delito bastante feo, por decir lo menos. Y a quien aguardan otros veintitrés procesos, que supongo que ahora quedarán en nada. No sé si el mundo quedará peor; de lo que estoy seguro es de que sale un poco más tocado moralmente. Con estos planteamientos ¿qué puede salir mal?

No quiero situarme en el catastrofismo: salimos, los españoles, de una durísima prueba que ha abierto una herida en el cuerpo social que ni siquiera está cerrada: queda mucho barro por desalojar y casi un centenar de desaparecidos por encontrar. Y una reconciliación entre las dos Españas, pendientes de que nos acerquemos los unos a los otros de una vez por todas. Quizá estemos demasiado acongojados como para asumir esta nueva sorpresa, que no lo ha sido tanto, procedente de los Estados Unidos, pero al mal tiempo buena cara, que diría Pedro Sánchez: hay que afrontarlo.

Al ir recontando los resultados, creo que lo primero que tenemos que exigir los ciudadanos de nuestro país es un acuerdo férreo entre los dos principales partidos del país en política exterior. Alejándonos de las estridencias de algunos socios del Gobierno y de las tentaciones de alianzas ultramontanas de Vox. A mí, un mundo en el que ganen influencia Milei, Orban, Bolsonaro, LePen o Salvini, para no citar a nuestras 'glorias' nacionales, como Alvise, simplemente me atemoriza.

Ya sé, ya sé que ni siquiera Trump podrá ejercer como un verdadero Trump. Tendrá, supongo -solo supongo- que moderar sus excesos, sus gestos zafios, sus insultos a mis compañeros periodistas, su visión binaria del planeta. Incluso tendrá que moderarse en el favor a amigos como (entre otros) ese Elon Musk, sin duda un genio en lo suyo, pero un peligro en lo nuestro. Incluso es posible que ahora pague sus impuestos y no se acoja a la increíble decisión del Supremo norteamericano en el sentido de que el presidente de la nación es inimputable, intangible, haga lo que haga.

Por supuesto, lejos de mí la funesta manía, que abrazan algunos compañeros, de comparar unos dirigentes con otros, unos países con otros. España no es ni Estados Unidos, ni Venezuela, ni Hungría. NI Marruecos, que a saber qué (nos) va a ocurrir allí ahora. Pero tampoco somos ni mi admirado Portugal, ni Alemania, ni Finlandia. España tiene ahora una excelente ocasión de volver a definir su democracia, sus alianzas, sus posiciones internacionales, más allá de lo woke, lo progre porque sí o lo buenista.

Creo, temo, que vamos a vivir tiempos de bastante zozobra, en lo nacional, en lo europeo -a ver cómo reacciona ahora la UE: pienso que Sánchez debería ir a la próxima 'cumbre' de Budapest este viernes, a la que ha decidido no asistir por la situación en Valencia--, en el mundo. No es momento de equivocarse: no podemos, aunque nos lo pida el cuerpo, hacernos enemigos de Trump, qué le vamos a hacer. Hay que admitir, con todos los escrutinios que se quiera -que yo los haría, la verdad: seguro que nos llevaríamos algunas sorpresas--, que los votos son los votos y hay que asumirlos. Es, como me lanzan a la cabeza mis interlocutores de la red de Musk ante las críticas que he dirigido a Trump, es la democracia. Además, a Trump quié más le da si le criticamos o no aquí en una Hispania que ni conoce ni, me temo, quiere conocer.