Publicado 04/10/2024 08:00

Fernando Jáuregui.- ¿Nos sirve para algo esta ONU?

MADRID 4 Oct. (OTR/PRESS) -

Le doy a usted mi palabra de honor de que, en el conflicto de Oriente Medio, jamás he sido capaz de optar por una u otra parte, cosa que ahora hacen, con inquina, las dos Españas: ambos bandos me parecen desbocados, fanatizados, crueles hasta la saciedad. Pero en estos momentos uno no puede sino deplorar los excesos guerreros de Israel, que no respeta el espíritu de los Convenios de Ginebra y está causando numerosos sufrimientos innecesarios entre la población civil. Una cosa es defenderse y otra, muy distinta, pasar a la ofensiva con una auténtica carnicería humana. Ha dado un paso más el belicoso Netanyahu: ha declarado 'persona non grata' al secretario general de la ONU, Antonio Guterres, y le ha prohibido entrar en Israel. Con lo que el terrible contencioso alcanza un grado más en la peligrosidad de una confrontación mundial -en la que no creo, en cualquier caso; o no quiero creer--. Claro que, me pregunto ¿sirve para algo la ONU a la hora de frenar la hipotética catástrofe?

Trabajé durante casi dos años atendiendo a conferencias sectoriales convocadas por las Naciones Unidas en Ginebra y he asistido también a un par de Asamblea Generales de la Organización. Lo suficiente, si la falta absoluta de resultados tangibles no lo evidenciase sobradamente, para darse uno cuenta de que la inoperancia, la indolencia y la burocracia lastran la operatividad de la institución supranacional que cuenta con más recursos... y peor organización y menos competencias. Y lo digo hoy, pese a mi respeto hacia la figura de Guterres, persona moderada a quien tuve la oportunidad de conocer algo fugazmente durante su etapa como primer ministro de Portugal.

Seguramente, ni Guterres ni sus muy ilustres antecesores en el cargo podrían hacer o haber hecho gran cosa cuando las amenazas clarísimas, en la sala donde se reúne el Consejo de Seguridad, entre Israel e Irán suben de tono, como ocurrió ayer, hasta hacerse escandalosas. Pero quizá sí podría haber hecho algo más el secretario general durante las sesiones de la reciente Asamblea General, que, aunque hay que reconocer que nadie esperaba nada de ella, ha servido para menos que nunca* si no es para mostrarnos una fotografía de Netanyahu ordenando, desde un despacho de la sede de la ONU en Nueva York, el asesinato del líder de Hizbulá. Una organización terrorista que tampoco es, por supuesto, santo de la devoción de nadie, no de la mía por supuesto. Pero ¿de veras no causa cierta repulsión el hecho de que ese asesinato se haya dirigido, y encima sin tapujos, desde la mismísima sede de la ONU?

Me duele, por ejemplo, pensar que España mantiene a 650 soldados en el sur del Líbano, como 'cascos azules' encargados de mantener la paz en la frontera del Líbano con Israel y... que no sirven para nada, porque tienen orden de no intervenir. Es una radiografía bastante adecuada de la impotencia de unas Naciones Unidas que se comportan casi como un mero espectador en la guerra de Ucrania, que no ha sabido ejercer (jamás) en Oriente Medio y que resuelve mal los conflictos menores puntuales o enquistados, especialmente en África.

Y una ONU que, por cierto, anda como ciega, muda y sorda ante algunos excesos antidemocráticos en América Latina, y pienso en las elecciones 'falseadas' por Maduro en Venezuela: hasta la Fundación Carter ha tenido que acudir a dar datos sobre los resultado generales de esas elecciones, datos de los que la ONU, por lo visto, carece. La Organización, cuya voz nadie escucha -ni oye- cuando clama por un clima pacífico y democrático en el mundo, debería asistir, como observador sin voto pero con voz conciliadora y de concordia, a todas las 'cumbres' multilaterales que se organizan en el mundo. Entre ellas las Conferencias Iberoamericanas, que, en el caso de la próxima convocada desde España, la de noviembre en Cuenca (Ecuador), se anuncia como un auténtico desastre ante las previsibles ausencias de Argentina, México y la propia Venezuela, entre otros posibles y, de momento no listados, 'plantones', que son sonoros bofetones a la diplomacia española, que de alguna manera representa a la de la UE, y a la buena marcha entre los continentes.

Lamento decirlo, como amante del diálogo y el acuerdo que me precio de ser, pero la Organización de las Naciones Unidas ha sido un fiasco casi permanente desde su creación, en 1945, gracias a su sistema de vetos y a un funcionamiento en el que priman la burocracia y las cautelas ante los excesos de los tiranos más poderosos. Y sí, estoy pensando en, por ejemplo, Vladimir Putin, o en ese constante violador de los derechos humanos que es Irán... o en los excesos actuales de Netanyahu. Ya digo que no creo que estemos al borde de una conflagración mundial -excepto, claro, la 'guerra de las ondas' potenciada por la Inteligencia Artificial, cuestión en al que la ONU va aplazando una conferencia internacional resolutiva que se va haciendo urgente--; pero, desde luego, si una cierta paz se mantiene aún en términos globales en el planeta Tierra, no es precisamente mérito de la ONU. Una organización a la que un solo Estado, como Israel, se puede permitir despreciar vetando a su secretario general la entrada en el país, tras declararlo 'non grato'. Y aquí, señores, no pasa nada. Todos mirando hacia otro lado. Como si la ONU no fuese una cosa de todos, que, claro, al final no lo es.