MADRID 31 Oct. (OTR/PRESS) -
Hay que reconocer que la política española se supera a sí misma en su falta de calidad moral, ética y estética. Me refiero, para no remontarme más en las hemerotecas, al último escándalo de este miércoles, la no suspensión de la actividad parlamentaria en el Congreso nacional en Madrid, mientras el conteo de muertos por las riadas en Valencia, Castilla La Mancha y Andalucía iba subiendo: ya íbamos por los cincuenta cadáveres, en la mayor catástrofe natural que hemos conocido en muchos años en el país, cuando las fuerzas parlamentarias se enzarzaron en una broca descomunal acerca de si, en señal de respeto, la sesión en la Cámara Baja debía o no suspenderse hasta la semana próxima. PP, Vox y Compromís, que no vieron atendida la petición de suspensión, se ausentaron del hemiciclo, mientras que la sesión, para convalidar el decreto que asegura el control de RTVE para las aspiraciones gubernamentales, continuaba 'con normalidad', aunque nunca, por supuesto, mayor anormalidad.
Desalentado ante el continuo desbarajuste, me siento incapaz de pontificar ahora sobre si la petición de suspender la habitual bronca parlamentaria de los miércoles, atendiendo a la gran tragedia nacional, era justa o injusta, acertada o errónea, proporcionada o no. Lo único que sé es que, si nuestras fuerzas políticas son incapaces de ponerse de acuerdo sobre cómo llorar a las víctimas, con el silencio o aparentando una normalidad que este miércoles no existía en el país, me pregunto para qué sirven nuestros representantes. Y también me inquieta no poco pensar que nadie parece capaz de arreglar la escandalera semanal en nuestro poder Legislativo.
El espectáculo parlamentario, o sea político, ofrecido al pasmo ciudadano este miércoles será explicado con razones por supuestos diametralmente distintas por unos o por otros. Lo que sí sé es que todos los temas abordados podrían haberlo sido nuevamente la semana próxima sin causar inoportunas y graves dilaciones. Y que no basta con las declaraciones institucionales, con las promesas de ayudas oficiales, para hacer frente al dolor de casi siete decenas de muertos, al insoportable sufrimiento de las ausencias, a la desesperación ante la ruina de lo conseguido con el esfuerzo. Es precisa una gran solidaridad nacional, comenzando por un calor oficial que sospecho no se ha producido en un grado suficiente.
Suspenso general, pero más bajo aún que a los demás para un Gobierno que ha sobrepuesto sus intereses 'políticos' a los gestos, que podrían ser todo lo importados que se quiera (pero eso ahora era secundario), de aflicción. Otro suspenso más, y van...