MADRID 28 Nov. (OTR/PRESS) -
Creo haber asistido presencialmente a todos los congresos que ha celebrado el PSOE en España (no, al de Suresnes ni fui ni me enteré de que se celebraba en la clandestinidad). Me parece recordar que, excepto el último, el 40, celebrado en Valencia bajo el clamor de los aplausos al hombre que inauguraba una era de presidencialismo en el partido de Pablo Iglesias, siempre hubo, en todos los demás, un punto de confrontación, de tensiones, cosa que, por supuesto, no alteraba la seguridad de que el liderazgo de Felipe González se mantendría tras el oleaje. Pero esta vez Felipe González, por primera vez desde 1974, no irá al congreso federal de 'su' partido, precisamente en la máxima ocasión del mismo para renovar su dirección y su mensaje, cosa que en absoluto se hizo en 2021. Ni se hará, creo, en 2024.
No, no estará el 'viejo PSOE' en su conjunto. No creo que los sevillanos de toda la vida, acaso con la excepción de Rafael Escuredo, paseen demasiado por el recinto sevillano donde la 'cumbre' de los socialistas va a tener lugar: ni Chaves, ni, claro, Griñán, ni Rodríguez de la Borbolla, creo que se dejen ver mucho por el congreso. Ni la mayor parte (alguno sí) de los que fueron ministros con González. Comenzando, claro, por quien fuera su incómodo 'número dos', Alfonso Guerra. Ese PSOE ya no cuenta, aunque sí esté, en esta 'nueva etapa', muy activo, polémicamente activo, el ex presidente Zapatero. Quizá haya quedado como 'rara avis', principal representante de un pasado que no sé si fue mejor, pero sí fue distinto.
El PSOE, en sus 145 años de historia, ha registrado numerosas confrontaciones internas, desde Prieto y Largo Caballero hasta lo de Pedro Sánchez y Susana Díaz, pasando por el conflicto con los 'históricos' en Suresnes, la confrontación entre Almunia y Borrell a la hora de suceder a Felipe González, la que enfrentó a Bono con Zapatero y, la más grave de todas, la que casi quiebra el partido con la pugna muy personal entre Alfredo Pérez Rubalcaba y Carme Chacón. Sin embargo, nunca se rompió una formación cuyos militantes, lo he observado más de una vez, tienen 'orgullo de partido'. Pedro Sánchez lo sabe y lo utiliza con habilidad: nadie podría hoy, con o sin estallido del conflicto -menor por el momento- con Juan Lobato, decir con sensatez que Sánchez no ejerce un control casi absoluto sobre el partido, sus militantes, sus diputados, su comité federal y, por supuesto, su ejecutiva. Y mantiene, hablando en términos generales, a sus votantes
¿Le llevará eso a no hacer cambios tan imprescindibles como sustituir a María Jesús Montero como 'número dos' del PSOE y, sobre todo, a Santos Cerdán como 'número tres'?. No lo se. El presidente del Gobierno/secretario general acude a este congreso con muchas crisis abiertas, desde la gestión de las mascarillas por Koldo/Abalos, hasta la de la DANA. Pasando, claro, por las acusaciones de Aldama, la crisis profunda de la judicatura y muy especialmente de la Fiscalía general. Me parece que Felipe González, en sus peores momentos, jamás estuvo tan acorralado; ni lo estuvo, desde luego, Zapatero a la hora de dejar, voluntariamente por cierto, el poder.
Porque ni Zapatero ni, desde luego, Felipe González, que siempre tenía en la cabeza una tentación dimisionista, se aferraron al sillón de La Moncloa con la fiereza y firmeza con que lo hace Sánchez. Ni ZP ni FG ensayaron alianzas 'contra natura' hasta el punto que lo hace Sánchez para mantenerse en la alfombra roja: González cedió incluso el paso a Aznar cuando este ganó en las elecciones de 1996, aunque bien podría haber ensayado alianzas con los nacionalistas que le sostuviesen en el popder.
Creo que el PSOE está en realidad mucho menos fuerte de lo que este 41 congreso va a mostrarnos. Pienso que el ídolo indiscutible empieza a tener los pies de barro, por muy bien que vaya la economía del país -que va-, por mucho que nos consideren en la UE -que nos consideran-. Claro que no creo que el PSOE vaya a romperse porque Lobato, o antes Emiliano García Page, o Lambán, que me parece que ni irá al congreso dado su estado de salud, hayan levantado tímidas banderas críticas. Ni me parece realista, sino más bien la expresión de un deseo, la afirmación que he empezado a escuchar por ahí en el sentido de que el PSOE podría acabar como sus correligionarios franceses o italianos: no, el PSOE ni se rompe ni se cuartea, ni se hunde.
Simplemente, ocurre que los socialistas aún no tienen una alternativa suficientemente sólida, aunque las encuestas cada vez distancien más al PP del PSOE, con ventaja para el primero, claro: mientras Sánchez pueda mantener su discurso acusatorio contra la 'ultraderecha', equiparando a los 'populares' de Feijoo con los populistas de Vox y Abascal, mientras el PNV, Junts y los de Coalición Canaria elijan el mal menor que significa la coalición PSOE-Sumar antes que una posible entente entre el PP y la ultraderecha, Sánchez podrá seguir siendo presidente del Gobierno y secretario general de su partido, sea con los impuestos aprobados o con impuestos prorrogados.
Este es el verdadero marco del congreso socialista. Sánchez o no Sánchez, y lo que ocurra con Lobato o con quien se atreva a toser, aunque sea levemente, al líder, tiene una importancia secundaria. Puede que el PSOE tenga que replantearse muchas cosas para seguir siendo el partido más decisivo de España, ya que no es el más ejemplar. Pero sospecho que no hará ni replanteamiento ni, menos, autocrítica alguna, y supongo que se arrepentirá de ello algún día. Pero eso será después. De momento, el gran equilibrista que saldrá el domingo masivamente reelegido en 'su' congreso cree que puede estar tranquilo, con un suelo de siete millones de votos y el silencio no sé si cómplice, atemorizado o simplemente leal, de los suyos, que siguen siendo muchos. Que esta situación de incómoda estabilidad dure toda la Legislatura es otra cuestión. Pero de eso hablaremos, supongo, tras el congreso. Hoy no toca.