MADRID 27 Sep. (OTR/PRESS) -
A Sánchez, como a casi todos los jefes de gobierno y jefes de Estado, le gusta el brillo exterior: fuera del propio país, todo son honores, aplausos. No hay críticas ni, en general, fracasos palpables. Te consideran un estadista por el hecho de ocupar el atril en la Asamblea General de la ONU. Lo duro es la vuelta a la dura realidad interna.
A los encuentros con los 'barones' territoriales del Partido Popular, como los que tendrá que reanudar este viernes para encontrarse con, valga la paradoja, el desencuentro. El regreso a la crítica de los medios, al desafío de los jueces, a la hostilidad de algunas instituciones. Al via crucis de la 'persecución' a Begoña Gómez. Pero Pedro Sánchez regresa, nos dicen, con esperanzas: al final, quizá todo le salga bien --bueno, todo, todo, no; pero lo sustancial sí--. Que es cosa que, la verdad, a mí se me antoja ahora más probable que que todo le salga mal.
Sánchez sabe negociar, no cabe duda. Ha elegido con nitidez a su enemigo, el Partido Popular, como ayer lo mostró la vicepresidenta primera en el Congreso. Donde, en absoluta soledad -ningún ministro la acompañó en el banco azul--, defendió los acuerdos suscritos con la Esquerra Republicana de Cataluña y, sin decirlo abiertamente, también la próxima tanda de exigencias que el Gobierno necesitará ceder a Junts para obtener su 'sí' a la senda presupuestaria y, en definitiva, a los Presupuestos.
Para ello, Sánchez se ha dado un plazo de contactos que ahora le parece razonable, hasta después de que ERC y Junts, en sus respectivos congresos partidarios, se hayan aclarado y hayan puesto orden en sus correspondientes jaulas de grillos. En estos momentos, negociar en medio de la barahúnda es, contra lo que en un principio pensó Sánchez -que aplicaba aquello de que a río revuelto, ganancia de pescadores-, casi imposible.
Porque Sánchez está, dicen quienes hablan con él y con su entorno, seguro de que, al final, sacará adelante estos Presupuestos para 2025, pensando que ERC y Junts, con todas sus reticencias, acabarán cediendo su voto afirmativo en el Congreso: siguen prefiriendo a este Gobierno débil a una alternativa en manos del Partido Popular. Así son las cosas y sobre esto no cabe discusión. Y yo diría que Sánchez está dispuesto a dar no pocas contraprestaciones, algunas -me parece-- de imposible cumplimiento, otras bastante fáciles de complacer, como la apertura de los archivos del CNI al caso del atentado terrorista de las Ramblas en agosto de 2017. O la potenciación, para lo que valgan, que es poco, de las comisiones parlamentarias de investigación que ya estaban pactadas.
Sin embargo, el gran tema está en la economía. Los dirigentes autonómicos del PP no cederán, se supone, a los cantos de sirena que les llegan, en forma de lluvia de dinero, desde La Moncloa. Los vigilantes de la Constitución -cada día más ardua esta tarea de vigilancia- insistirán en que cualquier atisbo de llegar a un concierto económico y a un sistema confederal, que son cuestiones más que sugeridas en el acuerdo 'imposible' con ERC para investir a Salvador Illa como president de la Generalitat, atenta frontalmente contra varios artículos de la carta Magna. Y la calle se escandaliza ante el hecho de que un prófugo como Puigdemont pueda presumir, merced a sus negociaciones subterráneas -también, por cierto, con el PP-, de seguir controlando la gobernación de toda España. El Estado sigue, con todas sus fugas y excentricidades, en manos de alguien reclamado por los jueces como un delincuente.
Por tanto, no es solo la economía. Los medios andan recelosos con una 'operación regeneración' que tiene a la profesión dividida; la política exterior provoca demasiados oleajes y titulares controvertidos; y el Gobierno da síntomas claros de agotamiento. En suma, España se ha convertido, mucho más allá del techo de déficit y los PGE, en un inmenso patio de confrontaciones, en el que todo está en mudanza, ya sea planificada (mal) o improvisada (peor). Ahora, cuando regresa de su viaje 'triunfal' a Nueva York, a Sánchez le queda casi todo lo demás, comenzando por la remodelación de su gobierno y de su partido. Y después... le queda como tarea primordial, claro, intentar seguir subido al carro del poder, del que no piensa apearse ni dejar que le apeen. Por lo demás, se admiten apuestas: ¿cree usted que seguirá en ese carro durante tres años más? Me parece que ni él sería capaz de responder con seguridad a esa pregunta.