MADRID 15 Mar. (OTR/PRESS) -
Me ha parecido lo suficientemente bien el nombramiento de monseñor Ricardo Blázquez como nuevo presidente de la Conferencia Episcopal española, en sustitución de monseñor Rouco Varela: era hora. En frase muy 'franciscana' (del Papa Francisco, vamos), 'nuestro Blázquez' ha dicho que confía en que "la sensatez se impondrá" en lo referente a la unidad de España. Él sabe bien de lo que habla cuando se refiere a la unidad: en Euskadi pasó de ser 'un tal Blázquez', en frase despectiva de Arzalluz cuando monseñor fue destinado al País Vasco, a convertirse en 'nuestro Blázquez': supo ganarse el aprecio de unos políticos vascos siempre reacios a apreciar a alguien nacido en Villanueva del Campillo, provincia de Ávila. Y ahora, refiriéndose de soslayo a Cataluña, el nuevo jefe de la Iglesia española confía en que la sensatez se imponga.
Triste asunto cuando el jefe de un Estado habla de la necesidad de 'regenerar' la cosa política, como hizo el Rey en su mensaje de la pasada Nochebuena, y, encima, nadie le hace caso. Y triste, desde luego, cuando nada menos que el jefe de la Iglesia mayoritaria en un país, un hombre reconocido por su (buen) talante, expresa su confianza en que 'la sensatez' reine en los acontecimientos futuros en Cataluña. Y lo dice justo el mismo día en el que el President de la Generalitat insiste en que 'su' referéndum independentista se celebrará, ocurra lo que ocurra, el próximo 9 de noviembre.
He cambiado de opinión: en algún momento, pensé que esta consulta era inevitable. Me asustó que Artur Mas enviase cartas a sus 'colegas' (¿?) los primeros ministros europeos, asegurándoles que la consulta tendrá lugar en ese 9-N, una fecha en la que nadie, y ahora yo tampoco, confía que consulta secesionista alguna tenga lugar. Demasiadas dificultades. Demasiada, molt honorable president, insensatez en una propuesta que nadie quiere en Europa, excesivo mesianismo en la afirmación de que, con la independencia, habrá menos pobreza en Cataluña. Galopamos más allá de la lógica.
Mal negocio cuando, desde las instancias oficiales máximas, civiles o eclesiásticas, ha de apelarse a la 'regeneración', al 'sentido común', a la 'normalidad' o a la 'sensatez'. Mal negocio, porque quienes habrían de promover la regeneración huyen hasta de las reformas. Porque el sentido común ya va siendo el menos común de los sentidos. Porque la anormalidad es la normalidad. Y porque una banda de insensatos, algunos en el propio Gobierno de la nación, otros en las oposiciones, algunos al frente de autonomías, otros en puestos institucionales relevantes, son los encargados de administrar esa sensatez que monseñor Blázquez cree, alma seráfica, que acabará imponiéndose. ¿De qué sensatez habla, monseñor?