MADRID 5 Sep. (OTR/PRESS) -
Pedro Sánchez y María Jesús Montero, cada uno por su lado y con motivaciones muy diferentes, inauguraron hace pocas horas el curso político 'oficial'. Sánchez, con un mitin para adeptos y para casi todos sus ministros, en Madrid, un discurso que apenas sobrepasó la media hora. Su 'número dos', la vicepresidenta y ministra de Hacienda, trataba de explicar en el Senado el alcance 'solidario' de un pacto profundamente insolidario, el suscrito entre los socialistas y Esquerra Republicana de Catalunya. Temo que ni Sánchez en el Instituto Cervantes, donde se limitó a prometer el maná para todas las autonomías, que esa es otra, sin explicar cómo, ni Montero en la Cámara Alta, ilustraron suficientemente al personal. Así que ahora en serio: ¿qué quiere hacer el Gobierno actual en y con España?
Me preguntaba yo en alguna crónica anterior si este miércoles 4 de septiembre iba a ser bueno para la democracia. Creo que no: una democracia como a mí, y supongo que a muchos más, nos gustaría es aquella en al que, si se piensa dar la vuelta al 'statu quo' territorial de un país, al menos se cuenta en qué consisten estos planes a la oposición, que en el caso español representa a algo más de la mitad de los ciudadanos. Y, de paso, se da a los medios de comunicación la oportunidad preguntar demorada y reiteradamente -con repreguntas- sobre el tema en cuestión.
Y, por cierto, una democracia como la que a muchos sin duda nos gustaría no consiste exclusivamente en ensalzar la labor propia, echando por tierra la del rival, que en este caso es enemigo. Una democracia es aquella en la que la opinión pública no está como aletargada, esperando el próximo golpe de audacia del gobernante, la próxima 'pillinada', ay pillines, de los sectores judiciales, el próximo bostezo en un Parlamento a medio gas. Esa democracia que practica el juego de los equilibrios de poder, procurando no quedarse con todo en las instituciones y allá donde puede, por ejemplo, el más reciente, el Banco de España.
A mí, las intervenciones, 'non interruptas' por los molestos periodistas, del 'número uno' y la 'número dos' sedicentemente explicando lo que a mí, como la cuadratura del círculo, me resulta inexplicable, ni fueron un ejercicio de transparencia ni de claridad de ideas. Yo solo saqué en limpio que Sánchez, aferrado al palo mayor en medio de la tormenta, no tiene la más mínima intención de convocar elecciones anticipadas -ya veremos, en función de lo que venga- y plantea un balance más que brillante sobre lo actuado en sus seis años, dos meses y veintiocho días en el poder sin una sola nube a la vista.
Menuda suerte poder ir así, tan satisfecho de sí mismo, por la vida. Y encima tocado por el dedo de la diosa Fortuna, que permite al presidente inaugurar el curso a las pocas horas de que se haya sustanciado con bien, pero dejándose todos muchas plumas, el único acuerdo político del que disfrutamos en mucho tiempo, la elección 'interna' de una nueva presidenta, y parece que bastante buena, del poder judicial.
Pero eso, ojo, lo han hecho'in extremis' unos magistrados muertos de vergüenza, no Sánchez, que tenía otras candidatas más... ¿cercanas? Estoy seguro de que doña Isabel Perelló, la nueva 'jefa' de los jueces y del Tribunal Supremo, no tenía la menor idea hace setenta y dos horas del esperemos que brillante destino que le aguardaba. Al fin una buena noticia. Pero eso, claro, no me distraerá de la pregunta, dirigida fundamentalmente a Sánchez, con la que encabezaba este comentario: pero ahora, en serio: ¿qué piensan hacer con este país, el Estado de la improvisación, al que parece que pretenden gobernar muchos más años?