MADRID 4 Nov. (OTR/PRESS) -
Conocí a Marcos Martínez el pasado día 12 de mayo, en un almuerzo al que asistíamos la entonces presidenta de la Diputación de León, Isabel Carrasco, el propio Martínez, como vicepresidente, y yo mismo, que trataba de involucrar a la Diputación leonesa en un acto periodístico con emprendedores de la región. Aquel fue el último día en la vida de la señora Carrasco, a la que asesinaron diez minutos después de que concluyera aquel almuerzo. Luego llamé a Martínez para expresarle mis condolencias: su voz se quebró. Era un hombre particularmente apegado a su jefa, que era quien tenía una personalidad más descollante, polémica, y la que, desde luego, llevó la voz cantante durante todo el tiempo que duró aquel postrer encuentro.
Me sorprendió, la verdad, ver a Marcos Martínez como uno de los protagonistas de esa 'operación Púnica' que ha capturado en las redes policiales una amplia trama de corrupción. Más me sorprendió que el sucesor de la señora Carrasco al frente de la Diputación leonesa, sustituyendo a una mujer que tanto mandó sobre la militancia 'popular' de la provincia, se 'hiciese fuerte' desde la cárcel, negándose a dimitir mientras se esclarecían sus presuntas culpas en la trama. No pensé que estuviese en el carácter del 'buen Marcos' una rebeldía semejante. Por segunda vez en su vida, ocupaba los titulares de la prensa.
Supongo que siempre tienes una idea distinta de las personas cuando las conoces 'cara a cara'. Creo que de Francisco Granados y de alguno de los alcaldes que, sobre todo en la provincia de Madrid, han llenado las primeras listas de la 'Púnica', tenía yo un concepto más cabal de hasta dónde serían capaces de llegar. Comprendo que actuar contra un compañero político que ha delinquido (presuntamente) es siempre más duro que hacerlo frente a un mero nombre: unos y otros, militantes en lo mismo, han pasado muchas horas juntos de reuniones, comités, conciliábulos y, si se quiere, hasta de conspiraciones.
Pero hay que echar del partido a estos correligionarios si se quiere dar una imagen de ejemplaridad en la lucha contra una corrupción que ya vemos que en los pasados años -esperemos que no ahora, o no tanto- alcanzó unos niveles preocupantes, casi inéditos en la historia, ay, no demasiado limpia de las tres últimas décadas de trayectoria política en España.
Pongamos, a la hora de hacer estas consideraciones, que hablamos, por ejemplo, de Marcos, el hombre silencioso que asistió conmigo al último almuerzo de Isabel Carrasco. Pero podría también hablar de esos alcaldes de localidades madrileñas, o de Granados, o del mismísimo Rodrigo Rato, que tan alto llegó a volar en el PP. Son solo ejemplos de juguetes rotos, y hablo ahora del partido que nos gobierna como podría hablar del que gobierna en Andalucía. O de otros. No quiero que la basura se extienda por igual a todos; no es eso lo que me importa. Lo que verdaderamente importa es que la imagen de nuestra clase política, esa que algunos quieren, salvando así su propio cuello, llamar 'casta', mejore urgentemente: las encuestas son demoledoras y el cuerpo social no aguanta más.
Los silencios ahora también son culpables, lo mismo que tratar de minimizar el alcance de la podredumbre: ya sabemos que no todos, ni la mayoría, están contaminados. Pero todos se contaminan cuando no actúan de manera eficaz, tajante. No como actuó inicialmente Mas con Pujol, ni como Rajoy al comienzo de los últimos estallidos, reducidos por él a 'unas pocas cosas'. Ni como el socialista madrileño Tomás Gómez con su amigo y sucesor en la alcaldía de Parla: todos se dejaron llevar por el cariño o por un cierto corporativismo político, para no mostrarse excesivamente tajantes en el rechazo a quien al parecer olvidó las normas de la ética y de la decencia.
Nada hay tan nocivo en la lucha contra la corrupción como el exceso inquisitorial. Y de eso también estamos encontrando no pocos ejemplos, que incluyen la quema de inocentes, o solamente muy presuntos culpables, en la pira de esa 'pena infamante' o 'de telediario', no contemplada en Código Penal alguno. Nada hay tan nocivo como eso... excepto hacer la vista gorda cuando el dedo acusador de quienes tienen que detectar la corrupción recae sobre un amigo, sobre un deudo o sobre un correligionario. Sobre un tipo simpático, que parece ser un buen tipo que últimamente lo ha pasado mal, como Marcos Martínez, pongamos por caso. Y tantos otros que abusaron, salvo prueba en contrario, de nuestra confianza.