MADRID 4 Oct. (OTR/PRESS) -
Casi todo puede decirse acerca de la situación política española, menos que resulte aburrida. Eso, no. Y menudo mes de octubre nos espera: trepidante de veras, aunque algo menos que noviembre y, desde luego, que diciembre, por supuesto. Y no hablemos ya de enero, que es cuando sabremos por fin quiénes nos gobernarán, para hacer qué, con quienes... y contra quienes.
Escribo desde Valencia, a donde acudí para asistir, como jurado (y, claro, como cronista), a la entrega de los premios Rey Jaime I, presidida por Felipe VI. Allí estaban el presidente de la Generalitat, el socialista Ximo Puig, y el alcalde de la ciudad, el miembro de Compromís Joan Ribó, que, naturalmente, se presentó descorbatado --la moda Tsipras hace furor entre nuestra clase política-- y pronunció su discurso íntegramente en valenciano, quizá como una manera de desafío a tanta clase 'instalada' como estaba presente, trajeada de oscuro, en la magnífica Lonja valenciana.
Cuando le tocó hablar al Rey, clausurando la ceremonia, pronunció una parte de su discurso en impecable valenciano, ante la que me pareció cara de sorpresa de algunos, el regidor municipal desde luego entre ellos. Al terminar Felipe VI su discurso, el aplauso fue largo y sincero; uno de los que más aplaudía, me dio la impresión de que con ganas, era el mismísimo Ribó. Y una vez más se hicieron patentes las virtudes taumatúrgicas del Rey en momentos en los que algunos cortos de vista pudieran pensar que todo lo consolidado amenaza con desmoronarse.
Pienso que este país nuestro, con todas sus vivencias locas, está mucho más consolidado de lo que los saltos en el vacío de Artur Mas y las torpezas de algunos de nuestros políticos, nacionales, autonómicos o locales, podrían hacer pensar. Sin duda, el Rey es un factor importante en esta consolidación. Pero ni mucho menos el único.
Quiero creer que este mes de octubre, por ejemplo, servirá para cimentar un clima de normalidad dentro de la anormalidad crónica que preside la vida política española. Dentro de dos semanas, Rajoy convocará las elecciones para el 20 de diciembre, según anunció en entrevista amiga --la noticia ya no era noticia, y la presencia televisiva del presidente dio para poco más, excepto para recalcar su nuevo talante más...¿simpático?--.
Y entonces se pondrá en marcha semioficialmente lo que hace tiempo que ya camina: la nueva campaña electoral para los comicios generales. Una segunda vuelta de las catalanas, de la misma manera que las catalanas del pasado día 27 de septiembre fueron una primera vuelta de las generales, en definición de mi ingenioso colega Fernando Onega.
Sí, porque aquí el único factor de inquietud, una vez que hasta Standard&Poor's nos ha perdonado la vida y anda elogiando al Gobierno, al tiempo que advierte contra otras aventuras electorales, se llama Cataluña. ¡Casi nada la baza que se le ha entregado al mesiánico Mas, que comparecerá al sonido de las trompetas para ser un mártir ante los juzgados, nada menos que el día en el que se cumplen los setenta y cinco años del fusilamiento de Companys!; uno se pregunta a veces si estamos locos o qué. Y quien más y mejor prometa solucionar el 'tema catalán', cada vez más enquistado por la tozudez de 'Mas&company' y las ocurrencias de unos, otros y los de más allá, ganará las elecciones generales e irá a La Moncloa.
Y fíjese usted que ya ni siquiera se descarta la posibilidad de que, entre quienes tienen capacidad para llegar al palacio de falsos mármoles en la Cuesta de las Perdices, figure un tal Albert Rivera, el triunfador antiindependentista de las elecciones catalanas, el hombre que rivaliza con el socialista Pedro Sánchez en lanzar propuestas más o menos novedosas, más o menos regeneracionistas, para solucionar los males seculares del país, mientras Mariano Rajoy, que sigue siendo el político con mayor poder, votos y militantes de España, se halla como ausente, incluyendo cuando no calla y se lanza al fuego amigo de la caja tonta.
Curioso: ese Rajoy que va a ser quien disuelva las cámaras legislativas, generando, por cierto, un peligroso vacío durante tres meses, un vacío que habría podido conjurar haciendo coincidir las elecciones generales con las catalanas, como le aconsejó quien pudo hacerlo, parece haber renunciado a protagonizar las iniciativas políticas. Debe creer que basta con sonreir un poco más, o con tratar de pronunciar una frase en catalán en un vídeo en el que aparece asustado. O con comparecer en una entrevista de las de siempre, obviando que aquí hacen falta soluciones, practicar el diálogo y no solamente anunciarlo, agarrar por los cuernos la lucha contra la corrupción --ah, cuánto daño está haciendo Rato al PP: mucho más que ese Bárcenas, glorificado en una película sin éxito--, hablar de frente sobre reforma constitucional. Sí, no solamente con las buenas notas que las caprichosas agencias de calificación otorgan ahora a los gestores de la política nacional se cimenta la permanencia en La Moncloa.
Pero, en fin: Rajoy tiene todavía once semanas para completar el giro que tímidamente parece estar iniciando. Los que le hacen la competencia para llegar al sillón presidencial, también. Además, siempre nos quedará el Rey, que no necesita un vídeo retocado y falso para hablar en impecable catalán, en euskera o en valenciano. O en inglés, claro.